viernes, 2 de septiembre de 2011

LA POESIA ANDINA DE ELMER NEYRA

(*)


Por: Néstor Espinoza.


Nos ha sorprendido advertir recién, después de muchos años de amistad, el quehacer cultural de Elmer Neyra, que mezcla o, mejor, enyunta, los guarismos y las fórmulas de la abstracción matemática con el uso normativo y poético del idioma. Duplicidad infrecuente no sólo en el Perú, sino también en Hispanoamérica. El caso más conocido es el del argentino Ernesto Sábato, que, de químico, pasó a ser un excelente novelista y ensayista.
Acabamos, pues, de saborear su poemario "Rumi shanka", brasa de piedra, prologado muy enjundiosamente por otro poeta ancashino del distrito de San Marcos y ya bastante conocido como uno de los primeros impulsores de la literatura infantil en el Perú, Don Teófilo Maguiña Cueva.
Nos hemos detenido en su poesía, porque la narrativa no pasa por nuestra predilección, ni tenemos la formación teórica y técnica para su abordaje.
Para quienes ya trajinamos por los predios floridos de la poesía, leer el primer verso de un poema o el primer poema de un libro es como probar la primera cucharada de un papakashki, que nos dice muy a las claras de lo que queda de la sopa. En muchos libros sólo abundan los versos y no hay casi nada de poesía.
En algunos poemas de “Rumi shanka", encontramos el mismo aire lírico de los poetas del Grupo “Orkopata”, que asimilaron muy bien el vanguardismo, como Alejandro Peralta por ejemplo: "El sol caía a pedradas,/ el calor hincaba, hincaba/ como clavitos de fuego” (Se nos murió). "La tarde exhalaba sombras de rastrojos/ y aromas de chicha corajuda de agosto” (Una fiesta de estancia). “El sol de junio/enrojecía/ el lienzo verde/ de la plaza risueña./ Por los ojos/ de los pinkullos/ el eco marcial/ hincó el cielo hermoso”. (La pelea de corpus).
Pero en lo esencial es una voz propia que da cuenta de lo suyo: el hombre, la geografía y la cultura de su región nativa.
Nos hemos visto, pues, atraídos por su sintetismo y sus remates que son como las horquetadas que separan en las trillas el grano de la paja.
En su nota de autor, Elmer establece claramente las coordenadas de su quehacer intelectual: “…quizás haya motivo de buscar los diferentes lenguajes para trasmitir el éxtasis de la belleza". "Todo lo valioso tiene una urdimbre lógica… y un soneto tiene tanta lógica interna como un teorema de la geometría, y en ésta hay tanta belleza… ”Algo que puede perdurar está más allá del utilitarismo…” "La creación es producto de una vocación, de una entrega, sin esperar nada". (…) hay corrientes, modas, pero lo mas valioso es la autenticidad". (…) veinte mil años de cultura testimonian que el Perú es un país andino y pocas centurias (de República) no pueden trastocar esta honda realidad". Puntos de vista que suscribimos también como nuestros y a mucha honra.
En resumen, para situar esta mixtura en el ideario y la poética de Elmer, tendríamos que intentar la siguiente fórmula o teorema: La verdad es bella y la belleza es verdad.
Los poemas del autor nos han procurado un gozo estético profundo, por nuestra afinidad temática, terrígena, idiomática quechua e ideológica sustancialmente. Cuatrocientos años de muerte no han matado a nuestra cultura andina que no conoce la muerte, pero sí la resistencia.
Poesía sencilla, límpida y fluida y tierna, a la manera andina, como un torrente de altura, cantarina además, que recoge a su paso el nítido retrato del mundo andino en todos sus aspectos, con su amor, su añoranza, sus sueños; con sus cosas representativas como la olla, la coca, la sandalia, el horno, la chicha, la cancha. Y, por supuesto, con las dos hondas llagas del pueblo andino, la invasión española y la invasión chilena.
“No tengas miedo, hermano, no lo tengas; /éste es el molino, molino ya viejito,/junto al riachuelo bullanguero.// Espérate, un ratito espérate, /ya llegarán las buenas mocitas/ya llegarán quizás con burritas.// Ya llegará también la noche/ a poner cercos en el camino./ Ya llegará la noche, ya llegará/ a poner corazón en el molino” (Molino viejo).


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(*) En la foto: Elmer Neyra (centro) en compañía de Walter Vidal y Juan Rodríguez. Huari, mayo del 2009.




viernes, 19 de agosto de 2011

CUANDO UN AMIGO SE VA

Por: Néstor Espinoza
AEPA-Callejón de Huaylas.

El día que Efraín Rosales Alvarado recibió la súbita amenaza de la enemiga de la vida a la suya, él no se asustó, no se amilanó, no se acobardó, ni cayó en profunda congoja. Todo lo contrario, se armó con las armas médicas y, sobre todo, se armo de coraje, para pelear de frente y a pie firme contra la enemiga.
Es más, este lance vital-mortal no le restó dinamismo a su vida, ni ideales a su alma. Fue ejemplar, para nosotros sus amigos, su entereza, su optimismo y sus realizaciones por encima de la adversidad. Se convirtió en el motor de muchas actividades culturales a las que él nos impulsó.
Si hoy finalmente ha perdido la batalla, ha sido sólo por la superioridad del atacante y no por rendición o capitulación.
“Cuando un amigo se va, /queda un espacio vacío, / que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo” dice la emblemática canción que, con Alberto Cortez, cantaba el juglar argentino Facundo Cabral, quien también se fue de una manera trágica y dolorosa. Es lo que sentimos ahora en ausencia de Efraín. Pero nos cogeremos del mismo valor que él nos enseñó para soportar esta congoja y cualesquier otras.
Entre las múltiples actividades culturales que realizó, sin duda, destacan tres de ellas:
Fue fundador, con Carlos Toledo, Abdón Dextre, Román Obregón, Nelly Villanueva, etc., de la Asociación de Escritores y Poetas de Ancash (AEPA). Y fue quien ideó también los Encuentros aepistas, que en los 25 años de AEPA, llegaron a concretarse en un número de 11. Quedan recuerdos, fotos, documentos imborrables de todo ello.
Otro filón de su quehacer fue el estudio del canto andino en su variedad del huayno y la publicación de su libro “El canto del cuculí encendido”. Trabajo que queda como un pilar para otros de su especie. Y ese canto del cuculí flamígero no se apagará, mientras haya cultura andina.
De otro lado, su contribución de cantautor vernáculo, con su voz y su guitarra, junto a las de sus hermanos, ha quedado registrada en el sentir ancashino y en perdurables grabaciones de dominio público. Los espacios radiales no dejan, no dejarán de consignar el andino repertorio y el estilo muy particular de LOS HERMANOS ROSALES.
Hay duelo y lágrimas en las guitarras huaracinas y también el huayno ancashino viste de luto.
“Cuando un amigo se va, / queda un tizón encendido, / que no se puede apagar/ ni con las aguas de un río”.
Efraín Rosales Alvarado (E.R.A.) era un amigo cordial. Queda en nosotros el tizón encendido de nuestro permanente recuerdo y gratitud.

Lima 19 de Agosto del 2011.

martes, 26 de julio de 2011

A MI HUARAZ QUERIDO, LA DE LAS CALLECITAS EMPEDRADAS…





UN SALUDO A HUARAZ EN SU ANIVERSARIO

A MI HUARAZ QUERIDO, LA DE LAS CALLECITAS EMPEDRADAS…




Por: WAVITA







Hoy al recorrer, mi pequeño lebrel de espuma, los cansados senderos del recuerdo, ¡Oh pensamiento bendito!, te has asomado, ágil, por aquellas callecitas estrechas tersamente empedradas, a la plaza de mi Huaraz querido…

A aquella plaza iluminada pálidamente en noches de emoliente, ponche de canela y coco.

¡Cómo aroma aún humeante y delicado el frío nocturno del parque a la melodiosa música de Atusparia por radio Huascarán!

¡Cómo redobla aún el tambor en mi pecho, cuando, empañado con el sudor salvaje, corría tras aquellos pasitos dulces, que apresurados subían por el jirón Sucre cada mañana al Colegio Santa Rosa de Viterbo, mientras muchos lo hacían por la calle Comercio hasta la puerta del Instituto de Mujeres, “cristina al cinto, aire de muchacho, cuadernos bajo el brazo”, como lo recuerda nostálgico mi amigo Néstor Espinoza, en su Carta a un Amigo.

Pero hoy camina, pequeño lebrel de espuma, camina hasta el Quillcay, sin salirte de 1956. Cuando aún todo Huaraz era del Colegio de La Libertad:

Quillcay querido, te dejaré con tus piedras blancas tendidas como pañuelos de despedida, con tus nubes de plata y plomo elevándose como incienso a cubrir los senos de cristal de la blanca cordillera; ya no estarán más al alcance de mis ojos aquellas trenzas de alabastro nadando en tus aguas bullangueras, aquellos ojitos de capulí turbados en el azul cielo de ensueño…

Mi boca no disolverá más el dulce apetito de sus labios de jora, a la sombra de los pequeños eucaliptos entrando de bajada al río Santa…

No más plazuelas de Huarupampa, de Belén, de la Soledad; no más Alameda Grau con su Iglesia de San Francisco. No más los pocos amigos que salieron por Tacllán, Calicanto, Moterrey.

Yo salí por Tacllán, un día del cual no quiero recordar hoy, pícaro lebrelillo de espuma.

miércoles, 29 de junio de 2011

Recordando a Celestino Kalinowski



Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)


No es fácil escribir en recuerdo de un peruano de biografía tan abundante como Celestino Kalinowski Villamonte (1924-1986). Una existencia caracterizada por la autenticidad que enaltece a hombres de bien. Evocar su obra es pertinente en un medio donde “nadie es profeta en su tierra”.

Fue descendiente de Juan Kalinowski, conocido en los principales museos y parques zoológicos de Europa porque solía viajar a distintas regiones del mundo en busca de animales y especies raras para disecar. Llegó al Perú y se estableció en la región de Marcapata (Cusco) donde fundó la hacienda “Cadena” e instaló su laboratorio de taxidermia. Sus trabajos eran financiados por el millonario benefactor polaco, el conde Braniski.

Celestino adquirió –a finales de los años 40- una especialidad en Altas Técnicas de Museo en el Museo de Historia Natural de Chicago. Trabajó para esa entidad como colector, luego en la Dirección de Renaturalización y Formación de Dioramas, y en el curtido de pieles (1950 – 1953). A la muerte de su padre, Celestino -con su hermano Benedicto y su sobrino Alfredo Sumar Kalinowski- asume la tarea iniciada por su progenitor. El Museo de Chicago lo mandó para colectar especimenes de aves y mamíferos hasta 1962.

Su talento y creatividad artística merecieron reconocimiento internacional. El director del Instituto Smithsonian, Dillon Ripley, le dirigió estas palabras: “Felicito a Ud. y deseo decirle que apreciamos mucho su magnífica colección. Estamos felices de tener esta admirable representación del oriente peruano”. Agradecimientos similares recibía de las universidades de Yale, Ontario y Filadelfia, así como de los museos de Chicago y París.

Mientras en el mundo se exhiben con admiración sus bellos dioramas, los peruanos solamente podemos observar una pequeña muestra de su arte en el pabellón de aves que lleva su nombre en el Patronato del Parque de Las Leyendas - Felipe Benavides Barreda, organizado en 1964. El esplendor de sus obras es descrito por la periodista Alfonsina Barrionuevo así: “Cuando él sea polvo sus animales seguirán conservando su frescura, la brillantes de su plumaje o del pelaje, como si su genio hubiera detenido el tiempo en honor suyo”.

El Manu fue su gran sueño. Las apreciaciones de Kalinowski sobre este espacio de la naturaleza amazónica las transmitió al presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales (Parnaz), Felipe Benavides, en su carta del 6 de enero de 1967: “Siempre, en el manifestado deseo de brindar mi máxima colaboración, me permito sugerir que a la brevedad posible, se disponga la medida proteccionista de declarar Zona Reservada, toda la hoyada del Manú, que con absoluta seguridad constituye la única zona en la que todavía existe la fauna y flora casi intacta o virgen...” El anhelo de Kalinowski era lograr la protección de este valioso paraje natural.

Benavides convenció al biólogo británico Ian Grimwood (ex director general de la Unión Mundial para la Naturaleza quien se encontrado en visita de estudio en el Perú) para realizar con Kalinowski una expedición hasta ese lugar y presentar los informes técnicos que sirvieron de sustento para reservar un área de 1´400.000 hectáreas con la finalidad de crear el Parque Nacional del Manú (1973).

Sus inquietudes no tuvieron límites. Por esa razón, el 28 de marzo de 1968, pidió al gobierno la constitución de un Museo de Historia Natural en el Manú para investigaciones científicas y culturales. “El museo servirá como muestrario de la enorme variedad de su fauna y flora, constituyendo un valioso aporte al desarrollo de las ciencias biológicas bastante olvidadas en nuestro país”, explicaba entusiasmado. Deseoso de transmitir sus conocimientos a los jóvenes dedicados a la taxidermia, solicitó también la construcción de una escuela en el Cusco. Una vez más estas iniciativas se frustraron.

Recorrió profundamente nuestra amazonia y como resultado de sus exhaustivas indagaciones descubrió la especie de perdiz “Tinamusosgodi conover”, dos nuevas de mamíferos en el sur del Perú, un murciélago de la subfamilia “Emballunurinae” y un marsupial, el “Caluromysuops coelestini”. Sus aportes están publicados en la revista “Fieldiana Zoology”.

Felipe Benavides alentó siempre los esfuerzos e iniciativas de tan ilustre taxidermista. Escribió el 5 de mayo de 1964 a la secretaria del presidente de la república, Violeta Correa Miller, diciendo: “...Los hermanos Celestino y Benedicto Kalinowski viven en el valle Manu y son los únicos blancos que habitan en esa extensa región que vienen recorriendo desde hace 25 años...Conoce muy bien el istmo de Fiscarreal, por vivir en esa zona. Tiene una serie de interesante sugerencias sobre el Proyecto de Colonización de la Marginal y colaborará en el futuro con el Patronato de Parques, etc.”

De personalidad sencilla y discreta, así refiere el estudioso británico Ian Grimwood: “Era un hombre notable y modesto; nació siendo naturalista, cuando lo conocí en el año 1966, venía coleccionando especimenes de un gran número de especies para los zoológicos más famosos de América y Europa. Él había descubierto el “Opossum negro” y muchas otras variedades de aves y mamíferos desconocidos para la ciencia. Los animales lo identificaban y los amaguaca lo respetaban. Sorprendía como era capaz de seducir (mediante imitación de sonidos) a los caimanes y así poderlos contar. Me enseñó como se podía atraer la curiosidad de la nutria gigante y poder nadar entre ellas”.

Naturalista por vocación, conocedor acucioso de nuestros recursos naturales, tesonero investigador de la selva peruana y artista renombrado. Celestino Kalinowski Villamonte nos ha legado su testimonio de desprendimiento, grandeza personal y, además, su intensa identificación con el Perú. Nuestro homenaje de siempre para él.
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(*) Docente, conservacionista, consultor en temas ambientales, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas – Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/
















miércoles, 22 de junio de 2011

De Llamellín a Chiquián con Palpitar del Ande.

Chiquián, más que un espejito, es un pedacito de cielo...
foto después de la presentación de Palpitar del Ande en el auditorio del Palacio Municipal



Camino a Llamellín ...




... el río Puchka












La ciudad de Llamellín, capital de la provincia Antonio Raimondi













Carlos Garay subiendo de la quebrada de Cancanán













Monumento de Antonio Raimondi en la puerta del colegio, que lleva el nombre del sabio italiano.






Después de la exitosa presentación en Lima, el pasado mes de febreo, de Palpitar del Ande. Relatos y poesías, en el Club Ancash, decidimos con Carlos Garay, dos de los cinco coautores del libro, llevarlo también a nuestras tierras, allí donde están los paisanos citadinos. Fue así como en mayo nos juntamos en Huaraz , y desde allí emprendimos el viaje, primero a mi tierra colorada, por estar más alejada y después a Chiquián, de regreso.




Walter A. Vidal Tarazona





Nélida Silva, el autor de la nota y Noelia Silva, en casa de las nombradas, Llamellín.














Entrada a Llamellín... por Paccharajra.



Walter A. Vidal Tarazona

Aquel miércoles, cuando descendimos del carro que nos condujo a LLamellín, el sol recogía sus últimos rayos de oro del emblemático cerro de Pahuacoto, en cuya amorosa falda crece esta ciudad. El ómnibus había apagado su motor en la plaza principal, cuando, al bajar con el pie derecho a tierra, se rompió la base de la bolsa donde llevábamos el vino para el brindis de honor de la presentación del libro. El botellón se escapó como trozo de hielo, sonó estrepitosamente en el cemento, regando el parque parcialmente y atrayendo la mirada curiosa de los pasajeros y más aún de los lugareños que estaban allí cerca. ¡Salud Carlitos!, ¡Bienvenido a mi Llamellín querido!, atiné a dirigirme de esa singular manera a mi compañero de viaje, antes que él me regañara. (Llamellín es capital de Antonio Raimondi, provincia trasandina de Ancash, situada al noreste de Huaraz, casi desconocida para muchísima gente. Está empinada en las riberas de los ríos Puchka y Marañón, ocupando una accidentada y extensa ladera de casi 560 Km2, sembrada de encantadoras lagunas, cerros, puquiales y quebradas coquetas) . Carlos Garay, al percatarse de mi percance, entusiasmado se puso a festejar el incidente; después de lo cual, nos dirigimos a la que fue casona de mis padres, situada en la esquina nororiental de la plaza. Entramos a la tienda, hoy, de mi hermano. Nos abraza y nos ayuda con las maletas, conduciéndonos por el interior hasta dejarnos instalados a ambos en el segundo piso. Luego de unos minutos toqué la puerta de la habitación de mi amigo. Él ya se había acicalado adecuadamente. Bajamos al patio. “Está bonita la casa”, me dice. En ese momento no supe qué es ser “bonita”, admito que tal vez es “bonita” por las transformaciones introducidas gracias a la tecnología de moda. Pero bonita, realmente, creo que era aquella, con su patio, que yo hace más de 50 años, dejé empedrado con cantos rodados blancos y negros (hoy tachonado de cemento).


Sonó el infaltable celular, el avasallador celular, el indispensable celular. “Bienvenido, tío, a nuestra tierra. Ya todo está listo para presentar el libro, mañana a las 6 de la tarde, en el auditorio de la Municipalidad”. “Gracias, Nélida, dime ¿dónde estás”, le pregunto; “saliendo con Noelia hacia donde están ustedes”, me responde. “No, no; mejor espérennos en tu casa, Carlos está loco por conocer Llamellín y no queremos perder tiempo”. Salimos a la plaza con mi amigo, con dirección a la casa de mi sobrina. Lo primero que muestra la plaza de Llamellín es su parque con su simpática iglesia. Ésta es imponente por el tallado de su puerta de madera, hecha por los maestros del Taller Don Bosco; la parroquia con su iglesia ocupa una manzana, y está construida en un nivel más alto que el de la plaza. En su interior vive el Padre Nonni con los chicos del Taller Don Bosco y sus colaboradores italianos. Al lado oeste de la plaza, donde termina la parte más vistosa de la falda del Pahuacoto, está la casa Taller de los Artesanos y el edificio de la municipalidad provincial… Llegamos a la casa de mi linda sobrina. Sin mayores modificaciones, mantiene en lo esencial su identidad y señorío tradicional. Está aún en su acogedor patio el arbusto de melocotón embelezando con su fragancia exquisita, también sus rosas, alelíes... “Como no estamos viviendo acá, están descuidadas, el tápacoj (cuidador) no es como uno mismo”, nos explica. Acabo de recordar también que, pasando por la sala principal, se llegaba a un hermoso huerto, le pregunto si está allí mismo. “Si, tío, pero lleno de mala yerba. Allí vamos a hacer pachamanca, pasando mañana, donde los invitados de honor son ustedes… Ahora, si les parece, seguimos invitando para la presentación de mañana, con ustedes mismos, casa por casa, antes que anochezca”, nos plantea. “Sí, esa es nuestra idea; de paso hacemos conocer la ciudad a mi amigo”. Salimos. Mientras caminamos, Carlos nos hace una pregunta: ¿cuál es la actividad principal de la Provincia?. Su ventaja natural, así como de las otras provincias andinas, sigue siendo la agricultura -respondo de inmediato- Aunque su mejor alternativa sería el ecoturismo, sin posponer la agricultura de subsistencia y de exportación a las ciudades aledañas, pues Antonio Raimondi cuenta con numerosos monumentos arqueológicos diseminados en sus cumbres y colinas, también posee una belleza paisajista integrada a un sistema de clima, flora y fauna, una biodiversidad que se combina naturalmente a una cultura vivencial, como prácticas ancestrales, costumbres, ritos, fiestas, gastronomía, que constituyen una atracción fácil de poner en valor para favorecer a la población, legítimo custodio de su legado ambiental. “Sin embargo, aunque parezca descabellada, debemos regresar al trigo”, comenta Noelia; también pienso lo mismo, y a despecho del TLC con EEUU –añado- pues así no dependería toda esta región del trigo importado; pero también se tiene que aprovechar las aguas de la lluvia recogiéndolas en reservorios techados y protegidos para época de secano. Hay que “sembrar el agua”, en las zonas altas en macro y micro represas, acompañado de procesos de forestación y mejoramiento de microclimas que favorezcan la lluvia… Hemos recorrido más de la mitad de la pequeña ciudad y empieza a molestarnos un poco el frío y el cansancio. Nos despedimos de las chicas que amables nos sirvieron de excelentes guías.

Flor de una planta espinosa de la quebrada de Cancanán


El siguiente día, jueves 19 de mayo, muy temprano, nos busca mi hermano Elmer y nos conduce a su amplio comedor. El aroma de las hierbas del humeante papacashqui nos abre el apetito de par en par, acompaña al exquisito plato otro más grande, de mote de trigo raimondino, como tallón, además de roscas y panes de la Parroquia y un retinto café pasado en colador de tocuyo; todo, todo, servido con las propias manos del amable anfitrión. Después del suculento ágape, salimos al Colegio “Antonio Raimondi”, en el barrio de Allauca, para invitar, en la persona de su Director Dr. Silverio Silva, a todo el personal y alumnos del Quinto Año. Seguimos nuestro recorrido: UGEL, Gobernación, juzgados, Fiscalía, etc., y hemos tenido suficiente tiempo para caminar desde la quebrada de Paccharajra hasta la de Cancanán, riachuelos otrora de aguas cristalinas, donde íbamos a bañarnos al aire libre; aún mantienen su lozanía amorosa en sus piedras, helechos y plantas revestidas de verdor y flores coloridas, sólo que ahora sus aguas no están tan bullangueras ni fortachonas como antes; ahhh, ni cristalinas.


Seis de la tarde. Llega la hora de la presentación de Palpitar del Ande. 20 minutos antes, salimos de nuestra morada con nuestros libros y el porrito de vino que volvimos a comprar en la tienda de nuestro amigo Machilino. Cuando llegamos a la puerta de la Municipalidad, nos señalan el segundo piso. Abren el auditorio, y la primera persona en llegar, después de nosotros, fue la señora Roxana Pilossi, quien en representación del Padre Jorge Nonni, haría el comentario pertinente. A las seis en punto, tal como estaba prevista, empezó con las palabras de bienvenida del Alcalde Provincial, Sr. Guillermo M. Sánchez Mendoza, quien nos ofreció su especial reconocimiento, a Carlos Garay Veramendi como huésped ilustre y a este modesto escribidor como hijo predilecto. Su personal se pasó en atenciones. Entre los asistentes alguien nos manifestaba que era la primera vez que había este tipo de evento cultural aquí. La ceremonia terminó en una fiesta general que se improvisó en ese momento. Nos llamó la atención la nutrida concurrencia, aunque no asistieron los alumnos invitados.


Para este pechito todo pasó como un sueño tachonado de maravillas, una mezcla de tiempos, distancias, recuerdos, de una alegría cristalina sin fin, también de una tristeza opaca, en fin, todo, todo ha quedado como “empozado en mi alma”.


El domingo por la noche nos juntaríamos nuevamente en Huaraz, para programar nuestro segundo viaje, esta vez al “espejito del cielo”. El jueves 27, a una semana de nuestra presentación en Llamellín, a las 5 de la mañana, en efecto, ya estábamos saliendo rumbo a Chiquián. Subimos hasta Conococha, torcemos a la izquierda, orillando la laguna, cruzamos una pampa, que se pierde de morado y azul para dar paso a la blancura de los nevados de Huayhuash, y empezamos la bajada. En su último tramo, cuando el día ya tiene despuntando el sol, se nos regala a la vista una hermosísima ciudad arropada de eucaliptos. Realmente es más que un “espejito de cielo” (Carlos me explica que ello viene de su origen acuático), para mí, ¡es un pedacito de cielo!


Cinco minutos después ya estábamos descendiendo del carro. Nos dirigimos de inmediato al mercado. Nos traen el humeante pegán caldo (caldo de cabeza de carnero) exquisito plato hondo para despertarnos aún más y ponernos en forma y estilo adecuados para la presentación del libro en mochila, esta misma noche. Después de haber saboreado el famoso humán caldo, nos dirigimos a la casa del tío de Carlos, Sr. Pablo Vásquez Veramendi, cuya esposa, la señora Lía, una amabilísima dama, nos colma de afecto y nos deja muy instalados en un cuarto de dormir, en la primera planta de su amplia casona, frente al patio adornado de un jardín de perfumadas flores y un pequeño horno panadero, vistosísimo. Salimos acicalados a hacer las últimas coordinaciones para el evento a llevarse cabo a las 7 de la noche en el auditorio de la Municipalidad.


La hora señalada empezó la actividad cultural con las palabras de bienvenida del representante del Sr. Alcalde, por ausencia del titular, y bajo la conducción del profesor Romeo Reyes Gamarra; puro corazón, él, con sus calurosas palabras preñadas de cariño, nos transportaba en el recuerdo a momentos tan gratos, como aquellos que compartían con su amigo y colega Carlitos, en este su “Espejito de Cielo”. Y mi amigo Carlos se pasó con su brillante intervención.

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Mi amigo Carlos Garay Veramendi es único, definitivamente. Ya casi al mes de nuestro viaje a la tierra adentro, con el consabido pretexto de Palpitar del Ande. Relatos y poesías, me da dulcemente, ya acá en Lima, en mi casita surcana, una doble sorpresa: su visita (no sabía que estaba en Lima) y su Testamento de Judas…, un segundo libro de cuentos, recién salidito de los hornos de la Editorial San Marcos.

¿“Has escrito la nota que tenías que hacer para el blog de Nalito Alvarado?”… “No, Carlitos, un dolorcito al estómago me tumbó a cama, hasta ahora; pero hoy mismo lo estoy enviando”.

Desde que me dejó su libro no me he desprendido de sus páginas, hasta terminarlas de devorar, una tras otra, cada vez más interesantes, a pesar que varias veces me ha hecho perder el tiempo enviándome a mi escritorio para consultas a mi diccionario. Me gusta mucho, más que su primera obra. ¡Ahhh! también me detuve cuando encontré algo sobre “política”, es decir, algo de su corazoncito “político”. Y no quiero decir más cosas porque tienen que leerlo. Sólo repito que me gustó mucho. Y estoy dispuesto a volverlo a leer. Aquí, poquito, de ese “algo” al que hago referencia:
“[…] Gobernaba entonces el general Juan Velasco Alvarado, militar nacionalista de verdad, con huevos bien forjados de piedra granítica. Amó, a su modo, nuestro Perú, con esa transparencia de puquiales andinos, como pocos, y con uñas muy bien recortadas. Un raro dictador honrado, sui géneris, en un país donde hasta los supuestos demócratas son ratazas, con excepciones contadísimas […]” (p.36).

















































viernes, 22 de abril de 2011

un poema para reflexionar en Viernes Santo

VIVIRÁS POR SIEMPRE

Azotan tu carne,
tu sangre
de tierra,

dolor,
pena,
hambre,
sed…

Te escupen,
arrancan tus sienes
y clavan tus pies.

Tú, besas,
en agonía de sudor y sangre,
el dolor negro e inmenso.

Meten la muerte por tu pecho
y Tú la recibes.

Te despreciaron
y tú sentías pena de su miseria.

Te matarán,
pero Tú, al fin,
vivirás por siempre.

WAVITA

sábado, 26 de marzo de 2011

TODAS LAS SANGRES Y LA PICHUICHANCA

MI HOMENAJE A JOSÉ MARÍA ARGUEDAS.

Walter A. Vidal Tarazona

Todas las Sangres, novela de José María Arguedas (1964), nos muestra una sociedad en descomposición debido al violento desencuentro de la modernidad con el mundo andino ya revuelto en sus contradicciones. Los personajes: todas las sangres. También hay otros personajes andinos, no menos importantes que los humanos, que intervienen en la novela: los gorriones, las calandrias, los gavilanes, el cóndor y otros animales no racionales. Unos hablan en su lenguaje, otros simplemente cuentan con su presencia.

En el siguiente pasaje, importante escena casi al inicio de la obra, un gorrión “habla” en su lenguaje propio.
(Los subtítulos son de la redacción)

La Pichuichanca y la muerte de Andrés Aragón de Peralta.

Andrés Aragón, “El gran viejo loco”, o “El patrón grande o gran señor” (para los indios), decidido a suicidarse, había subido a la torre de la iglesia, desde donde, a modo de despedida, hacía sórdidas acusaciones a la sociedad, principalmente a sus hijos.

Para algunos señores (no indios) aquel espectáculo era “El castigo del cielo”, para otros “la voz del infierno”. Doña Adelaida limpió el rostro del anciano Andrés con un pequeño pañuelo, luego ambos bajaron a las gradas del atrio de la iglesia, donde estaban “los señores” (los indios estaban abajo, en la plaza), los alcaldes y los comuneros, los mestizos, sólo faltaban los gringos de la mina o empleados de ella (el consorcio aún no había “comprado” la mina a don Fermín, el hijo del terrateniente Andrés Aragón), pero la empresa extranjera tenía infiltrado al ingeniero Cabrejos por allí.

La escena de la plaza finalizó cuando el cura se dirigió al público, principalmente a los hermanos (hijos del hacendado Andrés Aragón), diciendo lo siguiente: “Ha sido un testamento público, señores. En su delirio el Caballero ha establecido una voluntad; emplazó a los señores autoridades a que atestigüen también”.

El viejo, ya sosegado, se dirigió lentamente, calle arriba, a su casa, como “un cóndor flaco”, cuando unas “mariposas rojinegras volaban del huerto hacia la calle: agitaban sus alas silenciosas en la paz del mundo”. Lo esperaba Anto, su criado, heredero de la finca, quien lo llevó por el largo corredor del patio y cuando se dirigían a la puerta del dormitorio, “se escuchó con gran claridad el canto de un gorrión […] Volvió a cantar el pájaro, con gran alegría; su voz hizo revivir las alas amarillas del papagayo, y llevó al dormitorio del anciano el hálito feliz del campo, la imagen de las pequeñas casas del pueblo y de los bosques […]”.

- “Me está despidiendo del mundo ese pajarito”, le dice a su criado Antón . “[…] echarás trigo al techo para darle mi recuerdo a ese pichilanka” (gorrión); luego cerró los ojos y bebió el veneno. “Sobre la cruz de la casa, otro gorrión cantaba con el piquito hacia lo alto, muy erguido y gallardeando.” “El sol quemaba el polvo de la calle; los gavilanes que volaban lentamente sobre el aire del pueblo recibían también en su cuerpo negro todo el sol, y se movían en silencio bajo el azul profundo del cielo.”

Los vecinos que acudieron a la casa hacienda para testimoniar sus condolencias a los deudos, poco a poco, fueron desapareciendo. Los deudos escucharon “el canto tiernísimo y potente de un gorrión.” Anto se santiguó y dijo:

- “ese canto dice que el alma del gran señor ya está caminando bien. Un perro lo guía: la comunidad le ha puesto ojos grandes y pies delgadito. El podrido puente del destino del gran señor no caerá, y después su perrito le llevará por siglos… ¡Eso sí, no sabemos dónde!”

“[…] el gorrión volvió a cantar”…

- “Le ha despedido del mundo este pajarito, al gran señor. Le ha consolado antes del veneno”, dice Anto.

- “El pichitanka [gorrión] canta para el vivo que oye. Tú oyes más, don Fermín [el minero, hijo de Andrés] no oye” –responde Rendón Willka.

“Anto, mostrando un gavilán negro que daba vueltas en el cielo, exclamó “¿ahí está volando la muerte de los caballeros grandes!”.

Ciertamente, con la muerte del hacendado, se inicia el derrumbe del mundo feudal andino, como se apreciará al final de la obra.


La calandria y la sangre de Nemecio Carhuamayo

Esta escena se produce en el corredor y patio de la casa hacienda de La Providencia, de propiedad del ahora gran hacendado don Bruno, hijo del finado Andrés Aragón.

-“Habrá mita, iréis por turnos de doscientos cincuenta a trabajar en las minas de mi hermano” - hablaba Bruno mientras los comuneros seguían de rodillas- “¡Levántate K´oto!” – gritó, de repente, y todos los indios se pusieron de pié. “En la mita irán con Nemecio Carhuamayo, mi primer mandón y con Federico Olivas, segundo mandón. No hablará ningún colono con los peones y obreros de mi hermano, bajo pena de azote…”

“Una tropa de loros pasó, muy alto, gritando profundamente y waronk´s muy negros, de cuerpo lúcido, zumbaban cerca de los maderos que sostenían el techo del gran corredor.” Adrián K´oto se animó a dirigirse al amo Bruno:

- “Padrecito […] Hijo de Dios, werak´ocha patrón […] concédeme la bondad de tu corazón y danos licencia para vender algo de nuestros animales a nuestros hermanos comuneros de Paraybamaba. Ellos no son colonos, pero hay lágrimas de niños y mujeres en sus calles, en su iglesia; ya no les alcanza el alimento; la tierra se ha empequeñecido…”

El rostro de Don Bruno iba encendiéndose de ira:

- “Sigue” – le dijo, sin poder ocultar su enojo.
- “La tierra se ha empequeñecido en Paraybamaba, Padrecito Don Bruno, hijo de dios: las madres están matando a sus hijos recién nacidos porque los mozos están escapándose a la costa, a tierras desconocidas. Colonos de Providencia les daremos lana, ovejas, para que vendan…trigo para que coman.”

- “Los colonos no venden. ¡Los colonos no tienen nada K´oto! Todo es de mi pertenencia. ¿Quién te dio licencia para ir a Paraybamba? […] ¡Nemecio! Sube –ordenó al mandón [se supone él fue quien le dio licencia a K´oto] –Ahora tú –le dijo a Olivas, el segundo mandón – Diez [latigazos] –le ordenó-. Cinco en la cabeza, a este miserable, traidor, inútil –dijo, señalando al primer mandón.”

Nemecio Carhuamayo, con la cara sangrando, permaneció muy erguido, con los ojos pendientes de la frondosa copa del pisonay (árbol de flor colorada).

“Al último azote, una calandria se posó en la más alta rama; voló como flameando su pecho amarillo. Cantó dulcemente bajo los cielos.”

Adrían K´oto solicitó “licencia” para hablar:

“- ¡Inocente don Nemecio Carhuamayo! ¡Como la voz de la calandria! Más todavía. Mujeres de Paraybamba han pasado el río. Chorreando agua llegaron a mi casa. Pidieron misericordia. Están matando a sus hijos recién nacidos, hijo de dios. Oye, oye tranquilo al Señor Crucificado, patrón de tu hacienda; en tu corazón escúchalo. ¡Ahí está la sangre inocente de don Nemecio! Ya le está cayendo al pecho. Paraybamba no es corrompido, sufre.”

“[…]La voz de la calandria, que volvió a cantar, fue oída por Don Bruno. Repitió el canto varias veces seguidas y refrescó algo la ira que iba caldeando cada vez más al señor de la hacienda.”

“[…] La solitaria calandria voló del pisonay; la luz del nevado sonreía en sus plumas amarillas y negras que aleteaban en el aire. Cubrió el patio, todos los cielos, con su canto en que lloraban las más pequeñas flores y el torrente del río, el gran precipicio que se elevaba en la otra banda, atento a todos los ruidos y voces de la tierra. Pero su vuelo, lento ante los ojos intranquilos del gran señor a quien lo interrogaba un indio, iluminó a la multitud. Ni el agua de los manantiales cristalinos, ni el lucero del amanecer que alcanza con su luz el corazón de la gente, consuela tanto, ahonda la armonía en el ser conturbado o atento del hombre. La calandria vuela y canta no en el pisonay sino en el pecho ensangrentado de Carhuamayo, acariciándolo; en la frente insondable del patrón que repentinamente se estremece, en los ojos de los colonos que miran a don Nemecio con serenidad firme y triste. Se ha ido la calandria.”

“- ¡Carhuamayo! […] Eres inocente. Te pido perdón, como hijo de Dios, ¡Y tú! –le dijo Bruno, volviéndose hacia Olivas- . ¡Fuera de Aquí! […] Yo no te dije que le sacaras sangre. Lo hiciste por tu cuenta, desgraciado […] Carhuamayo, mi primer mandón, va a vigilarte, K´oto. Te doy licencia para que vendas a los paraybambas ganado y alimentos […] puedes darles fiado. Que no sufran más que nuestro Señor, si eso es posible”


“Los gavilanes, que vuelan más bajo que los cóndores”…

San Pedro fue una villa opulenta de mineros ricos. Ahora los “señores” (vecinos del pueblo) se han empobrecido. El pueblo se ha arruinado lentamente, más como consecuencia de la decisión política de cambiar la capital de la provincia a un pueblo despreciado. Casi todas las tierras son de don Fermín Aragón, minero, hermano de Bruno. Sin embargo, don Fermín no podrá defender su mina: terminará vendiendo al consorcio extranjero. La gran minera, finalmente, se impondrá a sangre y fuego.

“Los gavilanes, que vuelan más abajo que los cóndores, daban vueltas sobre los techos de teja opaca de las casas, sobre la gran plaza seca, donde un grupito de arbustos sufría de sed y de aislamiento […] Dicen los indios que [el gavilán] es el espíritu y el cuerpo del Apukintu”.

Los vecinos llamaron a cabildo. Brañes, el más pobre de todos los “señores”, con camisa de tocuyo, que en vez de pasar desapercibida, se distinguía mejor, pidió la palabra, para decir que ha vendido a Fermín casi toda su propiedad. Asunta, sorprendiendo a todos, replica “No le ha quitado la tierra. Está usted sembrando, y si usted ahora lleva camisa de tocuyo es porque prefiere enterrar la plata”…

Mientras tanto, en la hacienda de don Bruno, se estaba produciendo, también, una más fiera reunión de los pocos hacendados que quedaban. El anfitrión, dirigiéndose a Cisneros, le increpó: “[…]Aunque rico propietario, debido a recientes invasiones a las tierras de los comuneros, usted es indio… A mí me temen y me obedecen: soy señor desde mis antepasados más lejanos, a usted sólo le odian”…

“La calandria que prefería el pisonay del inmenso patio se posó en la más alta rama, y cantó.”… “Aprenda de la voz de ese pajarito –le advirtió don Bruno- El señor misericordioso lo envía a dulcificar mi gran casa vacía. (“Habrás escuchado en el camino de mi hacienda a mis palomas y a mis calandrias. Ellas me aplacan a veces, la ira. Pero Fermín ha perdido en la capital corrompida la gracia de oírlas”, repetía a su cuñada Matilde).”

El tercer visitante, que no había intervenido, ni se había puesto de pie, dijo: “Bueno, caballeros, en nombre de la sana razón, les ruego sentarse”. Era un hombre viejo, vestido a la antigua, su potro negro, era la más fina de las bestias en que llegaron los hacendados. “Señor Bruno –continúa este viejo- yo tengo fama de cruel, quizá hasta de feroz […] pero jamás, jamás los he castigado injustamente […] les doy tierras suficiente y les permito criar un poco de ganado, que me lo venden […] Usted, con todo respeto sea dicho, ha quebrantado la costumbre […] permitiéndoles negociar con personas ajenas.”

“El patrón es, como dueño, libre de proceder en su hacienda según su voluntad, luego puede dar las licencias que estime convenientes, siempre que no perjudique directamente a los colindantes”, replicó don Bruno. “Nos perjudica”, interviene enérgico Aquiles, el visitante más joven. “[…] Lo acusaremos a usted de fomentar el comunismo… -advirtió el joven, señalándolo con el dedo”. Don Bruno se echó a reír con verdadero regocijo.

La calandria voló en ese instante a otro árbol más alto; sus dulces alas fueron vistas por los cuatro hombres; pasó casi rozando el techo, como acariciando el aire del corredor que en ese instante respiraba con ira el joven Aquiles.

“[…] se ríe usted porque no conoce el mundo actual moderno del Perú”.


Los kukucha pesk´o y los pukupukus

Los kukucha-pesk´o y los pukupukus también intervienen en Todas las Sangres. El kukucha-pesk´o (pájaro ratón), una especie de ruiseñor andino, pequeñito y muy inquieto, prefiere cantar bajo la sombra de los aleros de techo. “Su voz, la más viva y dichosa que se oye en los Andes tibios. No llora, no se enternece; juega como las cascadas blancas de los pequeños ríos, como las flores apenas visibles de los cerros sin árboles, cuando el viento sopla sin violencia.”

Así, después que Bruno disparó en la frente de su otra querida, por defender a Vicenta, su engreída y preñada mujer, un kukucha-pesk´o “entonó su variadísima melodía, muy cerca.” “Ahí está el canto alegre. El mundo da su perdón –dijo Facunda.” Bruno sintió que las manos de Vicenta lo calmaban, conducían suavemente el canto del kukucha-pesk´o a sus ojos, el regocijo puro, desconocido, a su conciencia.

Mientras tanto, en otro escenario, el de los tres visitantes que salieron desairados de la casa hacienda de Bruno, un pukupuku, pájaro nocturno, típico de la alta estepa, empezaba a inquietarse.

“Cuando por la noche salen a cantar estos pukupukus, sus nidos se van como helando, mientras ellos emiten esa voz tristísima con la que el colono esclavo y todo hombre sufriente se compara en centenares de huaynos; porque el pukupuku canta de hora en hora, como un péndulo que midiera y ahondara la desolación, allí en el lugar donde es mayor que en ningún otro sitio del mundo: la estepa y las cumbres de los Andes peruanos […]”

La mula de Cisneros hizo correr a dos pukupukus que desocuparon sus nidos. “He hecho correr a un pukupuku –dijo, espoleando a su mula- Va a cantar más temprano todavía. Dicen que es triste su canto. Yo no lo siento.”

El desenlace

El Ing. Cabrejos, que trabajaba en las minas de don Fermín, era agente secreto del Consorcio Wisther-Bozart. La esposa de Fermín sospechaba su deslealtad. Fue despedido por sabotear la mina de Fermín. Finalmente terminará asesinado por Asunta.

Los gavilanes seguían balanceándose en el cielo: se elevaban y descendían hasta los basurales del pueblo. En el silencio que el sol y el mal presagio imponían, las alas de los gavilanes vibraban en el oído de la gente, cortaban el tranquilo espacio.

Vamos a morir, dicen todos, la mina nos va quitar La Esmeralda. “No hubo necesidad de tocar las campanas para convocar a otro cabildo. El automóvil y los camiones cargados de guardias ingresaron al pueblo haciendo sonar las bocinas… Los “señores” y las mujeres veían con gran terror. -¡Métale metralla a esas campanas del carajo! Dos hombres apuntaron a los arcos y dirigieron varias ráfagas hacia la torre.”

“Las palomas volaron: pero no se fueron en línea recta: dieron una vuelta sobre el techo de la iglesia y desaparecieron. Los gavilanes continuaron brillando con luz amarillenta [...]

Llegaron las autoridades y la multitud. Subieron las gradas los regidores y el teniente alcalde que cargaban al anciano Bellido, que se desangraba. Dejaron al herido sobre la mesa…

“La mina nos ha quitado nuestra tierra. Ya no tenemos pueblo. Hemos quemado la iglesia.¡llévenos por Dios a cualquier parte!”, gritaba la gente que huía del pueblo y se iba a cualquier parte, lejos.

“[…] un cóndor, un cóndor enorme descendió hasta rozar casi los arbustos, con sus alas. Su cuello blanco, su collera nívea, iluminó todo el cielo […] los pocos gavilanes rodearon al cóndor y empezaron a acosarlo. Se lanzaban sobre el gigante y lo picoteaban. El dio unas vueltas a poca altura, tranquilo, sin rabia, arrastrando su gran sombra sobre la tierra y fue elevándose después. Movió la cabeza para mirar a todas partes. Los gavilanes se quedaron el gran altura, no pudieron alcanzarlo y volvieron al pueblo, filudos pero empequeñecidos.”


El protagonista y las flores del pisonay

Rendón Willka, acompañado de un mozo, salió a recibir a los guardias. El capitán subió las gradas: “Busco a Rendón Willka”, dijo. “A su mandar, señor. Yo soy”, contestó el indio.

-¿Y tú? ¿No tienes miedo? -¿Por qué, señor? Yo tranquilo –Te voy a fusilar. ¿Sabes? ¿No tienes miedo? –Nadies tiene miedo en Providencia, contesta Willka -¡Sargento! Lleve a este indio joven contra la pared. Lo voy a fusilar.

Pablo (acompañante de Willka) fue conducido por dos guardias hasta la pared. El sargento trajo a cuatro hombres y a una mujer. “Voy a fusilar a este hombre”, les dijo. “Por qué”, preguntó la mujer. “Yo he venido a matar comunistas”, replicó el sargento. “¿Matar comunistas? Ándate a otro lado, señor, aquí no hay eso que buscas.” “¡Te voy a fusilar, india!”. “Para qué fusilar”, responde ella.

Demetrio Willka escuchaba con tranquilo regocijo las respuestas de la mujer. “ya pueden fusilarme”, pensó.

“La mujer cayó sobre el cuerpo del mozo. Estiró sus brazos, como para avanzar hacia el pelotón, y se derrumbó con el rostro al aire […] Las flores del pisonay fueron arrastradas por el viento. Y todos vieron que eran opacas y sedosas junto al color de la sangre de esa mujer con hijos. El árbol cabeceó con el viento; y él, sí, agitándose, solo, en el patio inmenso, lloró largo rato. Todos lo vieron hacer caer sus flores calientes sobre el empedrado y despacharlas, rodando, hacia los muertos.”