Hay sectores en el profesorado universitario que aún no están convencidos de la mejora educativa vía auto evaluación y la acreditación, porque identifican estos mecanismos con concepciones educacionales del neoliberalismo.
Conviene aclarar que la educación, ciertamente, en la concepción pedagógica liberal o de la llamada Escuela Nueva, respondía a un problema de eficiencia social más que a un problema de equidad o justicia social, obedeciendo a objetivos del nuevo proceso de industrialización, para lo cual era necesario darle a la Universidad una gestión administrativa gerencial que le permitiera reemplazar la estructura académica pasiva tradicional e implantar el modelo activo centrado en el alumno; con tal propósito es que se modificaron algunas concepciones sobre la educación universitaria, dotándole de un lenguaje fabril (calidad, eficiencia, excelencia, competencia, competitividad, etc). De otro lado, el Estado, en el contexto del modelo neoliberal, al disminuir la inversión pública en educación superior, favorece la masificación y la expansión de las universidades privadas, sobre todo en la década de los noventa; de ese modo el Estado, se convierte en el principal responsable, no él único, de la calidad de la educación superior.
Falta investigar desde cuándo se empieza a hablar en el país de la calidad de la educación superior, la acreditación, el porqué y cómo hacer la auto evaluación; en las últimas décadas, la acreditación –al margen de promocionar potencialmente a las universidades privadas- se percibe como un elemento que favorece la competencia entre ellas en su afán de consolidarse en el mercado; pero para las universidades estatales, la acreditación, se enmarca dentro de la lógica de rendición de cuenta no sólo al Estado que es la encargada de asignar los fondos públicos (muy exiguos por cierto) a las universidades, sino, y básicamente, a la sociedad, a la que como institución están obligadas a dar cuenta de su servicio sobre la utilización de los recursos públicos. Y esto no es un pensamiento “neoliberal”; en todo caso es una conjetura bien fundamentada.
Por esta razón, antes que el Estado promulgara
Pensamos que es imprescindible reflexionar sobre estos y otros asuntos que competen a los docentes implicados en la tarea de enseñar para el desarrollo de la condición humana. Muchos profesores, conjuntamente con los que trabajamos en
Es crucial en esta convicción la preparación del docente. Su formación científica en su especialidad –de la profesión que estudió y que no ejerce salvo en la enseñanza- debe ir acompañada de una formación pedagógica; no hay otra forma de mejorar su labor profesional (como docente, que es la ocupación que realmente profesa). El docente universitario tiene que saber lo que enseña y saber cómo y con qué enseña.
La idea de la educación permanente también es aplicable al profesor universitario, pues en atención a las tareas de docencia que realiza requiere de una formación continuada, en particular en pedagogía, como facilitadotes y orientadores del proceso enseñanza-aprendizaje.
“Deberían tomarse medidas adecuadas en materia de investigación, así como de actualización y mejora de sus competencias pedagógicas mediante programas adecuados de formación del personal, que estimulen la innovación permanente de los planes de estudio y los métodos de enseñanza aprendizaje, y que aseguren condiciones profesionales y financieras apropiadas a los docentes a fin de garantizar la excelencia de la investigación y la enseñanza” (el resaltado con negritas nos corresponde).
Ciertamente, sin el aseguramiento de una vida digna para el docente universitario, la calidad de la enseñanza no está garantizada en su nivel de excelencia. Las tareas académicas, de investigación y docencia, el dominio del contenido curricular, el saber de que lo que enseña es lo que la sociedad necesita (pertinencia) y, más aun, enseñar con la pedagogía y didáctica adecuadas, requieren que los catedráticos estemos dignamente remunerados.
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