QUÉ SE TRAE
La diversificación de los conocimientos científicos, en un contexto de alta competitividad, tecnificación y proliferación de la información que caracteriza la economía informacional, constituye otro reto para la Universidad en cuanto a la gestión de conocimientos existentes y generación de nuevos conocimientos. Este reto involucra sus roles básicos, la investigación y docencia, y frontalmente al currículo profesional.
La misión del docente universitario, principal gestor del currículo (aún es nuestro supuesto), en todo esto, no varía: sigue siendo la educación en el nivel que le corresponde hacerlo a la Universidad: la educación superior. Hoy, sin embargo, esta misión se torna cada vez más difícil con conocimientos cada vez más fragmentados, que si bien sirven para las competencias profesionales, pero no para el logro de un perfil integral de egresado altamente calificado, capaz de solucionar los problemas de desarrollo de su entorno regional y nacional, con total pertinencia y con actitudes valorativas de respeto a la naturaleza, al hombre y a su cultura, y un compromiso permanente con la sociedad.
La división social del conocimiento ha llegado a extremos de tener que fragmentar el contenido curricular, constituyendo un problema en la medida en que con conocimientos atomizados es más difícil resolver los múltiples problemas que debilitan el desarrollo humano y profesional. Este hecho, hipotéticamente, podría estar debilitando la educación moral y la formación en valores, haciendo que nuestras universidades solamente estén instruyendo o adiestrando (y no educando) como lo sostenía Walter Peñaloza. Los problemas en el mundo social, cada vez más complejos y múltiples, requieren de conocimientos más integrados, de trabajos pluridisciplinarios y de la interdisciplinariedad.
La investigación educativa, por su lado, se ha expandido relacionándose con otras áreas científicas, estableciendo interconexiones interdisciplinarias y dando lugar a nuevos espacios en las ciencias de la educación como la biología educativa, psicología educativa, economía educativa, sociología de la educación, antropología de la educación, que ayudan a la mejor formación profesional. Aún así, todavía es poco lo que se está haciendo con la investigación interdisciplinar que apunte a una formación integral del estudiante; para que esta noción (formación integral) deje de ser un mero discurso y se convierta en un factor de calidad.
Lo que ocurre con las ciencias de la educación, está pasando en otras áreas del saber, básicamente en el campo de las ciencias sociales; el hecho es que, felizmente, cada vez son menos los partidarios de la fragmentación de los saberes comprendidos en los currícula, y más los que se pronuncian por estructurar los contenidos curriculares de modo que se rebase la concepción asignaturista de los planes de estudio (Blanca N. Martínez, 2003). El trabajo científico cada vez más complejo, en particular en el campo de la educación, exige no sólo el rigor adecuado y una ética probada, sino enfoques más completos, trabajos más holísticos. Aquí el tema de la interdisciplinariedad se presenta como una herramienta muy sugerente, poco tratada todavía en nuestras universidades. Sería conveniente, para
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