WAVITA
Cuántos
viernes santos más pasarán por mis ojos hasta el día en que, tal vez cerca al
pánico, diga como Jesús de Nazaret: EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.
¿Setentainueve,
ochenta? No lo sé.
Por qué el
miedo: Porque el más allá ni lo imaginamos. Son regiones desconocidas,
extremamente diferentes a este mundo al que nos sentimos pegados y
acostumbrados. Cristo, con ser hijo de Dios, no sé si musitó o gritó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu."
Había terminado su calvario, su tragedia. La multitud y sus blasfemias ya
habían pasado. Solo que entre las tinieblas se sentía venir el silencio. Y en
silencio, el Calvario, sin embargo, siguió terriblemente temible. Por eso, Cristo,
reducido a la condición de hombre de a pie por voluntad propia, no pudo dejar
de encomendarse al Señor: A TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU.
Expiró
tranquilo y confiado. Aunque quizá sediento de agua, pero satisfecho por la
labor cumplida: la redención del hombre,
tal como su Padre lo quiso. Simplemente por amor. Pero quién fue / quién es este
Hombre que nació en un pesebre, cuyo cuerpo padeció más de 240 heridas y murió
“coronado” de espinas, como un vil esclavo. De lo único que puedo estar seguro
es que si no hubiese tenido esa muerte, hoy no estaría vivo. Vivo, hoy, aquí y
en la eternidad. ¿Por qué lo hizo? No hay otra respuesta que esta: por amor.
Nos quiere a todos, sin discriminación, junto a su Padre, en la vida eterna.
Y aunque yo
quisiera estar seguro como David (Salmo 23:4.): "Aunque andaré en valle de
sombra de muerte, no temeré mal alguno." Desde ahora, adelanto mi miedo:
Taita Dios, Jesucristo, en tus manos encomiendo mi espíritu. Sí, mi espíritu.
Pues mi cuerpo y mi alma (mente) se habrán despojado de este ser.
Hace medio
siglo, aun pequeño, con la carita entre cirios de la noche fría en Llamellín,
caminaba junto a mi madre, por delante, para ser más exacto, al costado de la
Virgen Dolorosa, en viernes Santo, entre matracas y canto agudo de las damas.
No había luz eléctrica, por eso mismo la noche me parecía hermosa, aunque me
entristecía algunas lágrimas que rodaban de alguna que otra mejilla, sin que yo
sepa qué estaba ocurriendo. Más acompañada estaba la imagen de Cristo en el
Santo Sepulcro que pesaba algo así como una tonelada. Iba por delante de
nosotros. El desfile procesional se podía ver desde Mallallín al norte y
Manrish al sur, y desde el Pahuacoto por
el oeste, encima de la hoy capital de la provincia de Antonio Raimondi.
Y hace una
hora, un centenar de fieles ha entregado, en procesión, a Cristo, y detrás, a
cierta distancia, a la Virgen, su Madre, con sus manos juntas y más pálidas que
nunca. He acompañado media cuadra, antes de llegar al enrejado de la iglesia de
la Sagrada Misericordia de la avenida Caminos del Inca. El sacerdote, encargado
de recibir la procesión, dejó pasar solo a las imágenes con sus respectivos
cargadores y cargadoras. El resto, desfilamos a nuestras casas, en completo
silencio. Alguien diría: Qué solos se quedan los muertos.
Pero Quién
fue y quién es Jesús, cuyo recuerdo cada
Viernes Santo o Pascua era celebrado por mucho tiempo con ayuno y abstinencia, y
de esa manera nos solidarizábamos con su
sufrimiento. Sin duda, fue y es el
Salvador. Hoy más que nunca su presencia es crucial para el tiempo que nos toca
vivir. Necesitamos desterrar el mal más temible del mundo: la corrupción. Si
hay algo que temer, ese algo es: estar separado de Dios. Por todo ello es
crucial hoy un cambio en la manera de pensar: Amarnos los unos con los otros, sacrificando un
poco nuestras preferencias o prioridades egoístas. La vida es corta, no
merece desperdiciarla, ni es reversible. Hay que vividla en paz y tranquilidad.