sábado, 26 de marzo de 2016

REFLEXIONES DE ÚLTIMO MINUTO A ORILLAS DE LA NOCHE DEL VIERNES SANTO

WAVITA


   Cuántos viernes santos más pasarán por mis ojos hasta el día en que, tal vez cerca al pánico, diga como Jesús de Nazaret: EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU.
   ¿Setentainueve, ochenta? No lo sé.
   Por qué el miedo: Porque el más allá ni lo imaginamos. Son regiones desconocidas, extremamente diferentes a este mundo al que nos sentimos pegados y acostumbrados. Cristo, con ser hijo de Dios, no sé si musitó o gritó: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu." Había terminado su calvario, su tragedia. La multitud y sus blasfemias ya habían pasado. Solo que entre las tinieblas se sentía venir el silencio. Y en silencio, el Calvario, sin embargo, siguió terriblemente temible. Por eso, Cristo, reducido a la condición de hombre de a pie por voluntad propia, no pudo dejar de encomendarse al Señor: A TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU.
   Expiró tranquilo y confiado. Aunque quizá sediento de agua, pero satisfecho por la labor  cumplida: la redención del hombre, tal como su Padre lo quiso. Simplemente por amor. Pero quién fue / quién es este Hombre que nació en un pesebre, cuyo cuerpo padeció más de 240 heridas y murió “coronado” de espinas, como un vil esclavo. De lo único que puedo estar seguro es que si no hubiese tenido esa muerte, hoy no estaría vivo. Vivo, hoy, aquí y en la eternidad. ¿Por qué lo hizo? No hay otra respuesta que esta: por amor. Nos quiere a todos, sin discriminación, junto a su Padre, en la vida eterna.
   Y aunque yo quisiera estar seguro como David (Salmo 23:4.): "Aunque andaré en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno." Desde ahora, adelanto mi miedo: Taita Dios, Jesucristo, en tus manos encomiendo mi espíritu. Sí, mi espíritu. Pues mi cuerpo y mi alma (mente) se habrán despojado de este ser.
   Hace medio siglo, aun pequeño, con la carita entre cirios de la noche fría en Llamellín, caminaba junto a mi madre, por delante, para ser más exacto, al costado de la Virgen Dolorosa, en viernes Santo, entre matracas y canto agudo de las damas. No había luz eléctrica, por eso mismo la noche me parecía hermosa, aunque me entristecía algunas lágrimas que rodaban de alguna que otra mejilla, sin que yo sepa qué estaba ocurriendo. Más acompañada estaba la imagen de Cristo en el Santo Sepulcro que pesaba algo así como una tonelada. Iba por delante de nosotros. El desfile procesional se podía ver desde Mallallín al norte y Manrish al sur,  y desde el Pahuacoto por el oeste, encima de la hoy capital de la provincia de Antonio Raimondi.
   Y hace una hora, un centenar de fieles ha entregado, en procesión, a Cristo, y detrás, a cierta distancia, a la Virgen, su Madre, con sus manos juntas y más pálidas que nunca. He acompañado media cuadra, antes de llegar al enrejado de la iglesia de la Sagrada Misericordia de la avenida Caminos del Inca. El sacerdote, encargado de recibir la procesión, dejó pasar solo a las imágenes con sus respectivos cargadores y cargadoras. El resto, desfilamos a nuestras casas, en completo silencio. Alguien diría: Qué solos se quedan  los muertos.
   Pero Quién fue y quién es Jesús, cuyo recuerdo cada Viernes Santo o Pascua era celebrado por mucho tiempo con ayuno y abstinencia, y de esa manera nos solidarizábamos con su  sufrimiento. Sin duda, fue y es el Salvador. Hoy más que nunca su presencia es crucial para el tiempo que nos toca vivir. Necesitamos desterrar el mal más temible del mundo: la corrupción. Si hay algo que temer, ese algo es: estar separado de Dios. Por todo ello es crucial hoy un cambio en la manera de pensar: Amarnos los unos con los otros, sacrificando un poco nuestras preferencias o prioridades egoístas. La vida es corta, no merece desperdiciarla, ni es reversible. Hay que vividla en paz y tranquilidad.