martes, 25 de agosto de 2009

La calidad de la educación empieza con la del docente

Mag. Walter A. Vidal Tarazona

Globalización del mercado profesional, mercantilización, desatención del Estado, son algunos rasgos que caracterizan la educación superior en América Latina y que, en alguna medida, tienen que ver con la calidad de la educación universitaria; pero, además, en los países de pobreza relativa de la región, también es la presencia de profesores intermediarios en un buen número de universidades públicas y privadas de escaso prestigio. En Aspectos Teóricos para un estudio curricular (2008) introducimos el concepto de profesor intermediario, con el supuesto de que las situaciones de enseñanza-aprendizaje (E-A) están bajo la dirección profesional de los docentes, ligado a conductas y actitudes generalizadas entre algunos docentes universitarios; ciertamente, son ellos los que determinan, en última instancia, la calidad de la educación, así no tengan preparación formal (como los profesores de primaria y secundaria) y cualquiera sea el título que posean (abogado, ingeniero, economista…), a ellos la sociedad les asigna su verdadera profesión: la docencia.

Torres Bardales (2008), prologando nuestra obra (supra), sintetiza un rasgo del profesor intermediario, “[…]como aquel, que sólo transfiere conocimientos científicos producidos por los investigadores y no los que él ha generado en la ejecución de proyectos de investigación; es decir, es el profesor [universitario] que está entre los investigadores y los alumnos", cumple la función de un mero trasmisor de saberes producidos por otras personas, por lo general en realidades muy distintas a la suya y en circunstancias también diferentes, de modo que, no contrasta la teoría que trasmite con la realidad que lo circunscribe; lejos de formar profesionales con sentido crítico para enfrentar los problemas que dificultan el desarrollo económico del país, sólo instruyen profesionales que terminan sub ocupando sus servicios en actividades para los cuales no fueron preparados. Este hecho genera en buena medida la crisis de calidad de la educación superior y la dependencia cultural y tecnológica de los países dependientes.

La función del catedrático ha ido ligada al rol que la sociedad le asignó a la Universidad (U). Cuando la industria competitiva exigió a la U. nuevas competencias (no sólo “saber hacer”, sino, “hacer”), la investigación inmigró de la U. por que ésta no respondió con prontitud aquel reto; hoy, la investigación y la enseñanza nuevamente son actividades complementarias. En países industrializados la U. emprende investigaciones muy importantes (los premios Nóbel alcanzados por los profesores universitarios lo evidencian), sin embargo en los países subdesarrollados la oferta no satisface la demanda de la industria de la información ni las necesidades de desarrollo de su país con pertinencia.

En cuanto a la docencia pura, la U ha crecido en cantidad más que en calidad. Hace un poco más de cien años, instruía a un élite de estudiantes para las profesiones tradicionales, hoy se ha expandido, transformando la vida académica; antes la autoridad del docente universitario se basaba en lo que sabía, hoy la autoridad del docente tiene como reto capacitar, orientar y facilitar al alumno a que encuentre respuestas a sus propias interrogantes. En nuestro país, a la expansión natural se añade una masificación que más tiene de negativo que de positivo. Lo positivo está en la apertura que debilitó la elitización e inició una democratización y modernización de la universidad (la Reforma Universitaria de 1919). Lo negativo tiene que ver con el deterioro de la calidad académica. A partir de los años sesenta (Ley 13417), se favorece la creación de las universidades privadas de manera indiscriminada (se quintuplica el número de U y sextuplicándose el de estudiantes en tan sólo 12 años). Es obvio que los docentes requeridos para ocupar las nuevas plazas tuvieron que ser improvisadas; a ello se añadió la crisis económica que a fines de los setenta afectó terriblemente las remuneraciones de los docentes. Así se llega a la actual Ley Universitaria (1983), norma con la que, en opinión del Arqto. Agurto Calvo (1994), “las universidades estatales están condenadas a ser entidades de tercer orden, resignadas a una mediocridad académica” (En Vidal, op.cit).

Hay otro factor que, en buena medida, está causando el problema que nos ocupa. Es la irresponsable despreocupación del Estado en cuanto a su obligación que tiene con la formación superior, que, paralelamente a la masificación privatizante y mercantilizadora de la enseñanza superior, ha venido en aumento desde los años ochenta y que se agudizó en los noventa.

Consecuencias: Una educación superior humanizado, interesado en la construcción de sociedades sustentables, en comunicación con la Tierra respetándola y respetando a todos los seres que la habitan, está muy distante; nuestra U., si no mejora su calidad, no podrá responder a la creación de conocimientos nuevos (investigación) para hacer participar al país en el proceso de mundialización con ventajas competitivas y seguirá inexistente la relación entre las teorías que enseña y la realidad del país, región, localidad.

Conclusión: (a) Nuestra U. debe ser motor del desarrollo regional y nacional y estar preparado para responder con alta calidad y pertinencia un futuro jamás imaginado.(b) Existen trabajos de investigación científica de mucha valía en varias universidades; pero, la gran mayoría, sobre poblada e infradotada, sin apoyo gubernamental, desconectada de las necesidades de desarrollo de su entorno, tiene empobrecida su núcleo mismo: la investigación y la docencia; (c) entre los factores que originan este problema está el bajo presupuesto de las universidades públicas (El gasto promedio por estudiante de universidad pública es 780 dólares en el año 2000, inferior al promedio del resto de países de A.L de 937 dólares y de 5,595 dólares de EE.UU para el mismo año: Educalidad Nº3), el descontrolado incremento de universidades privadas y otros de índole económico, como la menor dedicación de los docentes principalmente de las universidades nacionales al tener que compartir su labor en otras instituciones, escasa inversión en fondos editoriales, bibliográficos, viajes de estudio, etc. (d) En general, las reformas planteadas pensando sólo en “profesionales competitivos”, o en términos de “competencias”, hacen de lado actitudes humanas y valorativas, como las axiológicas y las estéticas; creemos que es hora de pasar a un proceso de aprendizajes éticos, nuestro país lo pide a gritos.

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