“Negrito
yo soy tu tío”.
pichinguito
chivillo
La
gloriosa Promoción “Walter Peñaloza”–1959, de la ENS “Enrique Guzmán y Valle”
de La Cantuta cuenta entre sus integrantes a un ilustre escritor coyungano, que
ya no está entre nosotros. Él, Gregorio Martínez Navarro, ciudadano del mundo, como
otros notables peruanos, murió fuera de su país. Nació en Batanes, caserío del
caluroso distrito de Coyungo–Nazca, un 12 de marzo de 1942. Fue uno de los
más destacados representantes de la Generación del 70.
Su
paso por La Cantuta -entre 1959-1961- lo hizo como alumno de la sección Superior
de Educación Primaria. Como tal, hoy lo recordamos un tanto introvertido, pero
de fácil coloquial conversación y sin dificultad para expresar espontáneamente su pensamiento. En lo personal, recuerdo sus visitas en el cuarto que compartía con otros cuatro compañeros de distintos lugares del
Perú profundo; y me buscaba más de las veces para mostrarme sus pergeños de
prosa o verso, escritos en una hoja suelta o a veces en un cuaderno. “¿Qué te parece esto… es un borrador. Yo lo
leo”, -solía decir siempre. En una de aquellas visitas retrató a su tierra,
con “su población quemada, porque ha recibido también a la gente andina
-lo decía mirándonos de reojo con cierta intencionalidad- que bajaba en busca de trabajo en las
haciendas algodoneras… aunque no
recuerdo si algún paisano tuyo”, concluía dirigiéndose a mi persona.
Hoy, leyendo alguna de sus obras puedo deducir
que aquella tierra calurosa, donde nació y vivió su infancia,
lo marcó definitivamente con un sello muy personal y fue ella su principal
fuente de inspiración. En
casi todas sus obras consagradas está presente Coyungo, lo está de manera
especial en su novela Canto de Sirena (Lima:
Mosca azul, 1977), en la que Coyungo es el principal escenario de los hechos
narrados allí, aunque, y marginalmente, la obra termina en Lima, en la hacienda
de Higuereta y Surquillo. Así, nos cuenta que: “Fracchia y Grondona compraron Coyungo no para sembrío sino para
criadero de burros (p.65) [.…] calculando
que tendrían Puerto Caballa a libre disposición para desembarcar contrabando
(p.67); más adelante rememora: “[…] Coyungo era solo monte que apenas había
cinco casas de carrizo con barro, pero ese mismo año, los socios, Fracchia y
Grondona, comenzaron a sembrar algodón" –añade después- “Por donde se le mire, Coyungo es únicamente un filo de tierra arrimado
a cada orilla del río [Grande], más
arriba solo hay la arena muerta, los médanos, los cerros altos que llegan hasta
el mar […] (p.92).
En uno de nuestros últimos encuentros,
siempre en La Cantuta, me mostró un poema, que, apenas terminó de leer, yo, con
esa sencillez pero confidencialidad sobre nuestros garabatos literarios, le
dije que más me gustaban sus prosas. La primera visita a mi cuarto, se habría
debido a una publicación mía, en el periódico mural de los estudiantes
ancashinos, sobre un viaje imaginario de Lima a Huaraz, “en compañía del río Santa, que saliendo de la laguna de Conococha nos
da la bienvenida, y se pone a bailar reptando entre los ichos en la desolada
puna; ya bullanguero, con su waynito, baja acompañándonos hasta Huaraz querido”.
Goyo me manifestó que este escrito le había gustado.
Al margen de estos episodios de
escribidor que nos juntaba, también conversábamos, a veces en presencia de mis
compañeros de cuarto, sobre otros temas, entre los cuales, los referidos a los
cursos que llevábamos. Recuerdo que nos divertíamos haciendo referencia por su
apodo al profesor Mendoza. En este y otros casos mostraba una resuelta irreverencia
hacia las cosas establecidas, actitud que también nuestro
compañero de promoción Humberto Ñaupas Paitán, en su artículo “En torno al libro de los espejos: 7 ensayos a filo de catre”, encuentra en el
ensayo Fellini & Fellini, una
referencia irrespetuosa que Goyo hace del Dr. Walter Peñaloza “[…] por un lado – dice Humberto Ñaupas- cita y reconoce que " la Normal Superior de la Cantuta es la mejor
institución de América Latina, en su género […] y por otro, regatea los méritos del Dr. Peñaloza, cuando dice: "La
Cantuta [...] fue calco y copia del
College norteamericano, jamás creación heroica de algún educador o filósofo
(Walter Peñaloza), como luego lo pintó la leyenda (p.82)”.
Si bien en su corto peregrinaje por la Escuela
Normal, Goyo no publicó ninguna producción suya, al parecer, empero, es en La
Cantuta donde empieza a incubar las ideas que fortalecerán, después, su
brillante producción literaria. Creo que en esta etapa de su vida como escritor
se habría dado cuenta de la necesidad de herramientas para facilitar un mejor cultivo
de las letras, instrumental que posteriormente le va a proporcionar la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudió Literatura y Lingüística
e hizo docencia después. Pero como él mismo lo reconoce, por boca del
protagonista de su novela (cit. in supra), don Candelario Navarro: “La manía de la escribidera, de llevar
apunte, la he tenido desde muchacho, no es que esté disvariando de viejo como
alguien dijo al verme aquí en esta mesa, sentado, [Coyungo], con lápiz y cuaderno, anotando y llevando la
cuenta de todo lo ocurrido y también de lo que no sucedió en el momento que le
tocaba suceder, no por vicio y ociosidad, sino que esa es mi costumbre, porque
cada quien sabe cómo pela su higo [papa], no ves que de un molde nomás no hemos salido todos, y a mí me parece,
tengo la impresión, que escribiendo a uno se le desatan las ideas que tiene en
la cabeza bien amarradas […]” (pp.58,59).
Humberto Ñaupas (cit. in supra) dice que “su vocación por la literatura nace en La
Cantuta, bajo el influjo de poetas y escritores, como el profesor Manuel Moreno
Jimeno, Washignton Delgado, Luis Jaime Cisneros, Oswaldo Reinoso, Luis Alberto
Ratto, Leopoldo Chiappo Galli, Guillermo Daly, Leopoldo Martínez Vidal, entre
otros.”
Sin
embargo, Goyo, recién en 1975, nos hace su primera entrega con Tierra de
caléndula, un ramillete de cuentos donde retrata
la pobreza en Coyungo, con ese lenguaje que hacen gala sus habitantes afrodescendientes; pero
a partir de este año su producción se hace abundante. Canto
de Sirena, que ya hemos
citado, gana el Premio bienal de Novela José María Arguedas. La gloria del piturrín y otros embrujos (1985), Crónica de
músicos y diablos (1991), "Cajón de
Sastre: entre pornógrafos y alta costura"
(1991), Biblia del guarango (2001),
La
Guitarra de Palisandro
(2002),
Libro de los espejos. 7 ensayos a filo de catre (2004), Diccionario
abracadabra. Ensayos de abecechedario (2009), Mero listado de palabras
(2015), entre otros más, son trabajos publicados, en vida, por el autor.
En
sus relatos, Goyo nos sorprende con el lenguaje, por el gran parecido al de la gente andina de Ancash, debido a
los giros vulgares y otros peruanismos que
usa; por ejemplo en el siguiente pasaje, de
su novela Canto de Sirena cuando
dice: “Los chinos ahí donde uno los ve son cosa
seria, ellos, con esa pachocha que tienen, le sacan los colmillos [a la víbora] con un alicatito fino y luego la meten enterita, con tripa y todo en un
frasco de aguardiente, entonces el que está tísico va y compra todos los días
en la mañanita una copa de ese compuesto para sanar de la tisiquez y
efectivamente ya no se muere” (p.27).
A
Goyo, en honor a la verdad, no volví a verlo desde que salimos de la Escuela. En
San Marcos, a pesar de que el principal Patio de la antigua Casona era un sitio
habitual donde frecuentábamos tanto los estudiantes de Letras como los de
Ciencias Económicas, jamás me encontré con él. Sabemos por
referencia, que durante su estadía en San Marcos, frecuentaba con los poetas
Cesáreo Martínez, Hildebrando Pérez, Juan Ojeda y otros, el famoso bar-
restaurante Palermo. Ahí habría conocido a Martín Adán, a Gálvez Ronceros,
Augusto Higa, Miguel Gutiérrez; y también allí se habría reencontrado con nuestro
profesor de La Cantuta Oswaldo Reynoso.
Cuando
se fue a Francia, estuvo dos años en la Universidad de Grenoble. Y
cuando se fue a vivir a los Estados Unidos, continuó haciendo vida académica.
Estaba en Arlington, Virginia, cuando le
sorprendió la muerte el 7 de agosto de este año 2017, mientras revisaba su
última obra que llevará por título Pájaro
Pinto y será presentada en Lima el mes de enero entrante.
En su Dominical, “El Comercio”, titula así la
noticia de su muerte: “Gregorio Martínez: el último cantor popular”. El autor de la nota, al hacer referencia a Coyungo, señala como una zona
de encuentros de andinos y afrodescendientes, como fue el caso de sus padres –indica
el periodista- un indio de Lucanas (Ayacucho) y una mulata de Acarí (Arequipa);
en seguida se refiere a su familia, diciendo: “Con 11 hermanos la sobrevivencia
fue dura para la familia. El mismo Gregorio trabajó desde niño en distintas
haciendas algodoneras como asalariado.”
Bueno,
quisiera terminar, manifestando que, el paso de Goyo por esta aldea que es
ahora la Tierra, por obra y gracia de la globalización, me ha confirmado que va
a ser difícil que la muerte quiera salirse con la suya sorprendiendo a hombres
como Gregorio Martínez; sin embargo ya me ha causado un dolor profundo en mi alma,
porque se lo llevó antes que yo lo buscara como él lo hizo en La Cantuta. Estoy
seguro que en otro lugar de la vida lo buscaré y le ofreceré acompañarlo en su
reencuentro con Oswaldo Reinoso, Washington
Delgado, Luis Jaime Cisneros, Manuel Moreno Jimeno, José María Arguedas, Miguel
Reynel, Javier Sologuren y otros brillantes profesores nuestros que ya no están
en este lugar de la vida".
Walter A. Vidal Tarazona.
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