Escribe: Carlos Garay Veramendi
Sobre este tema peliagudo, tratándose de un personaje ancashino de mucho lustre, la mayor luminaria de Áncash en el campo de la literatura, vamos a travesear con cautela y ensayar reflexiones para precisar el porqué se consideraba caracino, el seguidor de Faulkner y Joyce; maestros en la técnica literaria: “flujo de conciencia”.
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Carlos Eduardo Zavaleta en el I Encuentro de Integración Cultural
Ancash, Huánuco y Ucayali, acompañado por el editor de este espacio virtual.
Huari 2009.
Carlos Eduardo Zavaleta, ex-maestro prestante y respetado de la Decana de América, y escritor notable, nació en La Pampa-Corongo, Callejón de Conchucos; era pues un chuquisito y de los buenos y respetables, como: Wilfredo Kapsoli, Ciro Maguiña Vargas, Manolo del Castillo, y el también “simpaticón” cholo Toledo, aquel ingrato que nos dio las espaldas en sus horas de gloria y poder político al olvidarse de la Región. Pues Zavaleta, como nos consta, jamás se consideró chuquisito, sino caracino.
En la revista “El Inca” 294, Caraz, del mes de abril del año pasado, cuyo director, Rómulo Pajuelo Prieto, aparece un artículo interesante y, a la misma vez, controvertido: “Las cenizas del Dr. Carlos Eduardo Zavaleta”. En el encabezado expresa el articulista con mucha claridad: “...cuando alguien quiso poner en cuestión sobre el lugar que biológicamente era oriundo ( La Pampa-Corongo)”, Carlos Eduardo Zavaleta, sentenció: “El hombre es del lugar donde quiere ser, y yo soy de Caraz”.
Hay dos posibles explicaciones, al parecer, para la réplica tajante del ínclito escritor ancashino. La primera, la más corrosiva. Es probable que tuviera repulsión a que le dijeran chuquisito de declararse coronguino; por la cultura de libelo que aún reina en el Callejón de Huaylas. Siempre han tratado de endilgarle a los chuquisitos los chistes más burdos, y mal copiados de pueblos sureños, para signarlos con letras resaltadas, como a tontos de capirote. Y la segunda, Carlos Eduardo vivió en Caraz los tiernos años del candor humano, la niñez. Bella época con recuerdos que quedan tatuados para siempre en la tierna corteza infantil de la memoria, para posteriores ricas remembranzas. Lo que le permitió adoptar a Caraz, sin mínimos remilgos y muy gustoso, como su tierra natal.
La Constitución Política del Perú, en su artículo 2, inciso 11, declara a la letra: “Toda persona tiene derecho: A elegir su lugar de residencia...” Pues Carlos Eduardo Zavaleta eligió para su refugio a la Ciudad Dulzura, y lo patentó como su suelo natal. Ellos, los caracinos -es de creer a pies juntillas- se sienten dichosos, como los mismísimos guapachosos sapitos en el humedal, de contar entre los suyos con un varón insigne que les aporta reputación, notoriedad y gloria. Él dijo: “El hombre es del lugar donde quiere ser, y yo soy de Caraz.” Y punto.
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El autor, en medio de sus parientes y amistades,
en Chiquián de sus recuerdos y amores.
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Carlos Garay, autor de la nota, en la hermosa casa de sus tíos, señor
Pablo Vásquez y Sra. Lía Veramendi, en Chiquián.
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