viernes, 13 de agosto de 2021

La Universidad y sus profesores intemediarios

Walter Arsenio Vidal

La clamorosa desatención del Estado a las universidades, la globalización y mercantilización de las carreras profesionales, que caracterizan la educación superior en casi toda América Latina, tienen que ver con la calidad de la educación universitaria. En los países de pobreza relativa, además, la presencia de profesores intermediarios, en muchas universidades públicas y privadas de escaso prestigio, añade su cuota a la baja calidad.

    En nuestra obra "Aspectos Teóricos para un estudio curricular" (Vidal, 2008) introducimos el concepto de profesor intermediario, con el supuesto de que las situaciones de enseñanza-aprendizaje están bajo la dirección profesional de los docentes; ciertamente, son ellos los que determinan, en última instancia, la calidad de la educación, así no tengan preparación formal (como si los tienen los profesores de primaria y secundaria) y cualquiera sea el título que posean (abogado, ingeniero, economista…), a ellos la sociedad les asigna su verdadera profesión: la docencia universitaria.

     Coloníbol Torres Bardales, prologando la obra (cit. insupra), sintetiza el rasgo principal del profesor intermediario, “[…]como aquel, que sólo transfiere conocimientos científicos producidos por los investigadores y no los que él ha generado en la ejecución de su proyecto de investigación; es decir, el profesor [universitario] que está entre los investigadores y los alumnos", cumple la función de un mero trasmisor de saberes producidos por otras personas, por lo general en realidades muy distintas a la nuestra y en circunstancias también diferentes; de modo que, no contrasta la teoría que trasmite a sus alumnos con la realidad que lo circunscribe; lejos de formar profesionales con sentido crítico para enfrentar los problemas que dificultan el desarrollo económico del país, sólo instruyen profesionales que terminan sub ocupados en actividades para los cuales no fueron preparados. Este hecho genera, en buena medida, la crisis de calidad de la educación universitaria y la dependencia cultural y tecnológica de los países pobres.

        La misión del docente universitario ha ido ligada al rol de la Universidad (U). Cuando la industria competitiva exigió a la U nuevas competencias, no sólo “saber hacer” sino “hacer”, la investigación inmigró de la U porque ésta no respondió el reto. Hoy, la investigación y la enseñanza, son actividades complementarias. En países industrializados la U emprende investigaciones muy importantes (evidencian los premios Nóbel alcanzados por los profesores universitarios); sin embargo, en los países subdesarrollados, la oferta de la U no satisface la demanda de la industria de la información, ni las necesidades de desarrollo de su país, con pertinencia.

         La U ha crecido en cantidad más que en calidad. Hace un poco más de cien años, instruía a una élite de estudiantes para las profesiones tradicionales; hoy se ha expandido, transformando la vida académica; antes, la autoridad del docente universitario se basaba en lo que sabía, hoy el docente tiene como reto capacitar, orientar y facilitar al alumno a que encuentre respuestas a sus propias interrogantes. En nuestro país, a la expansión natural de la U, se añade una masificación universitaria, que más tiene de negativo que de positivo. Lo positivo está en la apertura que debilitó la elitización e inició una democratización y modernización (La Reforma Universitaria de 1919). Lo negativo tiene que ver básicamente con el deterioro de la calidad académica.

A partir de los años sesenta (Ley 13417), se crean universidades privadas de manera indiscriminada (se quintuplica el número de U y se sextuplica el de estudiantes universitarios en tan sólo 12 años). Hoy tenemos alrededor de 135 universidades en el país. Es obvio que los docentes requeridos para ocupar las nuevas plazas tuvieron que ser improvisadas; a ello se añadió la crisis económica que a fines de los setenta afectó las remuneraciones de los docentes.

        Otro factor que, en buena medida, está causando el problema que nos ocupa, es la despreocupación del Estado en su obligación que tiene con la formación superior, que, paralelamente a la masificación privatizante y mercantilizadora de la enseñanza superior, ha venido en aumento desde mediados de los años ochenta, y que se agudizó en los noventa.

    En conclusión: Una educación superior humanizada, interesada en la construcción de sociedades sustentables, en comunicación con la Naturaleza, respetándola y respetando a todos los seres que habitan la Tierra, está muy distante; nuestra U, si no mejora su calidad, no podrá responder a la creación de conocimientos nuevos (investigación) para hacer participar al país en el proceso de mundialización con ventajas competitivas; seguirá ausente la relación entre la teoría que enseña y la realidad del país, región, localidad.

         Existen trabajos de investigación científica de mucha valía en varias universidades; pero, la gran mayoría de ellas, está sobre poblada, infradotada, sin apoyo gubernamental, desconectada de las necesidades de desarrollo de su entorno y tiene empobrecida su núcleo mismo: investigación y docencia. El bajo presupuesto de las universidades públicas (El gasto promedio por estudiante de la U pública al año 2000 es inferior al promedio del resto de países de A.L. el mismo año (Educalidad Nº3); la menor dedicación de los docentes, principalmente en las universidades nacionales, al tener que compartir su labor en otras instituciones; las reformas planteadas pensando sólo en “profesionales competitivos”, o en términos de “competencias”, hacen de lado actitudes humanas y valorativas, como las axiológicas y las estéticas. 

    Es hora de pasar a un proceso de aprendizaje ético, nuestro país lo pide a gritos, porque ha entendido que la U. es motor del desarrollo regional y nacional. Hoy, que se habla tanto de "acreditación", debe auto emprender la "autoevaluación" para mejorar de calidad, y luego buscar la acreditación para dar fe pública de la mejora continua.     En cuanto a la docencia pura, la U ha crecido en cantidad más que en calidad. Hace un poco más de cien años, instruía a un élite de estudiantes para las profesiones tradicionales, hoy se ha expandido, transformando la vida académica; antes la autoridad del docente universitario se basaba en lo que sabía, hoy la autoridad del docente tiene como reto capacitar, orientar y facilitar al alumno a que encuentre respuestas a sus propias interrogantes. 


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