Por Carlos Garay Veramendi
Corría el año 1950, yo un niño, en casa se escuchaba siempre
en victrola las canciones inmortales de Carlitos Gardel, el “Morocho de
Abasto”, de unos discos grandes y gruesos, si lo soltabas se hacía mil
pedazos. Así fui internalizando hasta amar tanto los tangos. Entre otros
inolvidables: “Mano a mano”, “Pobre mi madre querida”, “La Cumparsita”, “Mi
Buenos Aires querido”, “Tengo miedo”, “El caminito…” y otros. Gardel se ganó la
bella eternidad con su arte encantatorio de cantar, pero también por su
solidaridad gigante. Aquí va una bonita anécdota contada con fineza por
Francisco Luis Llano, en su libro “La aventura del periodismo”:
“Allá por el año 1933 Jaime
Yankelevich contrató a Gardel para que cantara tres tangos por radio Belgrano,
para lo cual habría de pagarle ¡25,000 pesos! […] Yo, sin mérito alguno para
tal salvoconducto, carecía de toda posibilidad de acceso, pero Malevo y Pucho
se empeñaron en llevarme […] y entonces pude verlo de cerca al gran cantor y
presenciar lo que sigue. Escondido en el fondo del salón, Carlitos descubrió a
un viejo y querido amigo. Y le oímos
decir: “Hermanito, ¿qué te pasa a vos? Y el otro contestó bajito: “Ando mal, Carlitos…”
Éste tomándole de un brazo, lo llevó a su oficina. Luego volvió, como si nada
hubiera pasado. A los dos minutos, Yankelevich se acercó a nuestro grupo y les
dice a Malevo y a Pucho:
“-¡Si
será grande este Carlitos! ¿Ustedes vieron cuando se metió a mi oficina con ese
hombre?
-Lo
vimos. ¿Quién era?
-No
sé. Pero escuchen lo que pasó. Viene Carlitos y me dice: “Ruso… ¿dónde está la
guita que me vas a pagar?
-Toma…
Acá está el cheque…
-Pero
qué cheque ni qué cheque! Traé guita fresca… ¿o te crees que este hombre va a
ir a la farmacia y a la carnicería a pagar con un cheque…?”
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