viernes, 25 de agosto de 2017

PICHUICHANKA, ¿DE DESPEDIDA?


walter a. vidal

      Hasta hace unos cuantos años, cada mañana, frente a mi ventana,  escuchaba  el canto largo y tendido de un pichuichanka, agazapado en una de las ramas del árbol que orilla el parque Mochica en Surco. El pajarito venía cruzando el cielo grisáceo siempre a las cinco y media de la mañana. Jamás sospeché que estaba de despedida: jamás regresó con su melodioso canto que antecedía el coro de otros pajaritos posicionados del eucalipto del parque. Para nuestro bastante  estimado y caro amigo Carlitos Garay (2010) el gorrión, "dulcemente martirizador" está siempre de despedida con su "emotiva congoja", con su "esmerado dolor de Vallejo trístido"...

        Al hacer el preámbulo de nuestro "Cantos para el gorrión" (Lima, 2011) decíamos que en poesía la verdad no discurría con la razón ni con la lógica, sino  con la palabra bella y artística del espíritu y para el espíritu. No es tu alma ni tu cuerpo que escuchan el canto del gorrión; es tu espíritu que se comunica con el pichuichanka. José María Arguedas decía -por boca de uno de sus personajes de su emblemática novela- :" El pichisanka canta para el vivo que oye".

        En dicho preámbulo les contaba a mis lectores que cuando abandoné mi tierra a lomo de caballo, y al siguiente día trepé al lomo de otra bestia de fierro, madera y caucho, que se alimentaba de gasolina y subía resoplando el polvo de la carretera hasta el túnel de Cahuish, recordé a la pichuichanka que aterrizó al amplio empedrado patio de mi casa, y dando diminutos saltos alegremente, nos trasmitió, con su chac, chac, chac sonoro, un mensaje. "Alguien va a llegar", dijo mi madre. "O alguien se va a ir", le contesté yo. Y así sucedió.

      Faltando algunos metros para que el camión que nos conducía entre  al túnel, distinguí, en la empinada carretera que habíamos recorrido, una pequeña y erguida pichuichanka que cantaba con voz potente: "Píiiii -chiuuuu- chiiilllll..." . La escuché con el alma y, con ojos llorosos, seguí mirándola, hasta que, raudo y silenciosa, arrancó un largo vuelo por la bajada hacia el milenario Chavín, quizás hasta mi tierra colorada.

        Desde entonces considero que el pichuichanca es el hermano (S. Fco de Asís) más amoroso que tenemos. Hay que saber escucharlo. Hugo Ramírez Gamarra (2006) nos revela que, en el frondoso ciprés de su casa, "paraje de los gorriones", Recuay: "Nunca había escuchado, tan agudo, solitario y dulce  el canto del gorrión"... En "Todas las sangres" (Arguedas, 1964), cuando Antón estaba conduciendo a su patrón al dormitorio, "se escuchó con gran claridad el canto de un gorrión", "el hálito feliz del campo, la imagen de las pequeñas casas del pueblo y de los bosques [...] Me está despidiendo del mundo ese pajarito, le dice a su criado Antón", antes de entrar a su cuarto y tomar veneno. Mas tarde nuevamente se escuchó "el canto tierno y potente de un gorrión."  Antón le dice a Rendón Willka: "ese canto dice que el alma del gran señor ya está caminando bien. Le ha consolado [el pajarito]." Rendón Willka responde: "El pichitanka canta para el vivo que oye. Tú oyes, mas don Fermín [hijo del patrón difunto] no oye".

         Alegres y tristes cosas se dice del pequeño e insondable gorrión. Contraje una deuda con esta melancólica avecilla  cuando, como ya les dije, en Cahuish me despidió. Aun mi espíritu presiente que me ha seguido a Lima; pues cada mañana una pichuichanca filtra su silbido cadencioso por la ventana de mi dormitorio que da al parque. Por eso mismo, al final del ya aludido preámbulo de "Cantos para el gorrión" afirmamos: Con este poemario he querido rendir un merecido homenaje a ese siempre erguido pajarito canoro, que aún nos acompaña en la vida (Lima, agosto de 2011).

         Desde aquella fecha hasta hoy,  lo tenía por extinguido a mi hermano pichuichanca, como lo he dicho al inicio. Pero, ¡oh esperanzadora vida!, esta mañana, me ha despertado un largo y límpido silbido de un gorrión trujillano. Lo busqué con mis ojos a través de la ventana, y al no encontrarlo fui corriendo al largo y concurrido parque del "El Bosque"donde logré ver unos cuantos pichuichancas más.  Entonces, junté mis manos, las entrelace con los dedos y caí de rodillas a darle gracias a Dios por este feliz reencuentro con mi chichuichankita en Trujillo. Empecé a amarlo a esta ciudad primaveral por cuidar a la pichuichanca. Como Hugo Ramírez diré: jamás escuché la variedad del canto del gorrión peruano. Lo he escuchado en Chacas, San Luis, en Chiquián, en todo el Callejón de Huaylas, en mi tierra colorada donde el trino de la bendita avecilla es más largo y tendido hasta con tres golpes de voz: Piiii-   chiiiuuu-   chiiiillll,
hasta la última  canción del trujillanito:
pi- chuchuishuii /  Piichiuuun l / piiiiichiiii ...

      Ojalá el señor Presidente desde Lima y los señores alcaldes de nuestros pueblos tengan oídos para escucharlo al gorrión y que, por sus respectivas instancias, empiecen a educar a las gentes para que cuiden esta y otras especies en extinción. Me han contado que en algunas chacras de maíz cerca a Huaraz y otros lugares, incluyendo mi tierra colorada, sus dueños ponen veneno para el lorito y otras aves que "roban" el choclo; como resultado de esa operación se ha observado un cuadro desolador: pichuichancas muertos regados en el maizal. Por eso se dice, con bastante razón, que el animal más feroz es el hombre (Thomas Hobbes, si viviera hoy, diría "el hombre es también el lobo entre los animales")

      Quise servirme de este breve relato para desempolvar aquel libro mencionado (In supra), llevarlo al aludido y concurrido parque de El Bosque- Trujillo para releer algunos pasajes del poemario "Cantos para el gorrión". Hay en su contenido un breve cuento nuestro titulado "El gorrión y los niños" (p10); el Introito finaliza con estos versos: "[...] es preciso ¡Es hora del agua!/ ¡Y del gorrión¡. (La hora del gorrión, p17) ... luego viene el primer capítulo (Pucca Allpa) que empieza cantando a la weqlla: "[...]intrépida y silvestre/ con cuya hoja en mis labios/ musicalizaba los huaynos más dulces/ de mi tierra colorada."(p19); también en este capítulo se dice, y siempre sobre el gorrión: "No te veo agitar el aire/ ribeteando con hilachas de cristal/los serpenteantes caminos en el ichu/ cashpi chaki pichuichanca// ¿No estarás distinguiéndote/ mi preciosa pajarita?" (Regresando, p21).

              El segundo capítulo del libro, denominado Gorrión huaracino, al empezar con el poema En la Lluvia, el ayer y el hoy  decimos: "[...] El cielo retuerce sus entrañas// Despiadada la lluvia taladra/ las heridas del cemento intruso.// En guerra no declarada/ siglo tras siglo, la naturaleza / se defiende del hombre [...]"(p31); y a continuación un melancólico recuerdo del Huaraz de antaño, el de mi niñez: "[...] Qué lejos aquel Huaraz/ con su capulí azul en el huerto/ [...] ¡Qué distante, / en el patio empedrado,/ el perfume de la lluvia /  amanecida sin parar! (pp.32-33). "Oh cómo esperan / tu garbada  presencia en abril,/ flores, ramas, hierbas sedientas,/ hermano pichuichanca." (Gorrioncillo surcano, p45). En el último capítulo, titulado Gorrión Andino en Lima, decimos, en un extenso poema:  Hay varias ideas que se cruzan en el trama del conjunto de poemas al gorrión en nuestro libro. Una constante está referida a la compañía del gorrión al hombre, infundiéndole felicidad y dicha, pero que aveces nos hace decir cosas como: "Tu chiuu - chill solitario/ en las burbujas de mi tristeza/ ponzoñosa es, gorrioncillo,/ para mi alma. (Navidad en Huaraz, p.39), o esta otra: "No sé. ¡No sé si estarás allá/ a donde partiré sin retorno" (Gorrioncillo surcano, p46) ... la idea de una separación en un probable viaje a la eternidad. Pero hay otra idea que, contrariamente, sostiene la verdad casi comprobada de la extinción del pajarito gris. Al respecto, mi también entrañable amigo, Néstor Espinoza relata: "[...] bajo las ennegrecidas ramas de un árbol, sobre el frío cemento de la vereda, formando parte de un montón de basura, el pequeño y cenizo cuerpecillo de un gorrión muerto [...] un gorrión caído, que ya no pudo más contra la urbe [...] vencido de ciudad por dejar el campo" (Cartas a la Mamacha- p45). Ciertamente, también en sus últimas páginas, nuestro libro hace referencia a la muerte del pichuichanca: "No es piedra disparada a su pecho/ para cuyo dolor, agua cristalina/ del puquial o del riachuelo,/ Él está herido de cuerpo y alma...// Es la ciudad, su cemento, petróleo, / aceite, encharcados en su vientre [...] que lo va matando poquito a poco [...]" (Lacerante despedida, p. 50).

            Sin embargo, la fe no nos ha abandonado y nos infunde optimismo, cuando decimos en unos de los últimos versos dedicados a Francisco de Asís:  "[...] Parará la lluvia de avecillas/ muertas en Arkansas. // Dejará de teñirse el mar / de sangre de ballenas // [...] Tus hermanos sol, tierra, agua/ todavía alimentan, amorosos,/ a nuestro hermano gorrión (p47)."

El autor en su casa en compañía de Néstor Espinoza.

Túnel de Cahuish




Bajada  después del túnel- a  Cátac- Huaraz o a Lima directamente.




       El chivillo, en Surco, uno de los que desalojan al gorrión

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Para comentar, en "Seleccionar perfil", seleccionar "nombre/URL" (en caso de no tener cuenta en google)