martes, 18 de agosto de 2020

LA OTRA EFIGIE DEL AMOR

AUTORA:HEIDY JHUDITH RODRIGUEZ TILIRIO 
I.E: “JULIO C. TELLO” – Chingas 
GRADO: CUARTO CILCLO: VII 

Milenios siglos ya han pasado, tiempos donde las creencias y costumbre eran reales. Y eso que les voy a contar no es real ni ficticio más real es para el imaginario, más ficticio para el incrédulo. Contar podré, pero privar tal vez no. Dejémoslo a tu criterio. 

Hace mucho tiempo en la vida de nuestros antepasados al noroeste del cuzco, el centro del Perú, reconocido por sus riquezas y dominios, había un rinconcito, una pampita, un huequito, digo para la familia real, los hijos del sol que pasaron mucho tiempo buscando tierras fructíferas donde cualquier grano que desee producir se multiplicarían, donde todo ser humano gozaría de una vida cómoda, aprendería a amar cada fragmento terruño de estas tierras benditas. Tierras, plantas, aire, creación de un Dios divino estaban allí al alcance de los ojos para vislumbrarse y de las manos para palparlas y ese rico aroma que en cada amanecer se desprendían estas tierras vírgenes que por primera vez; hombres robustas con la sangre más roja que el rojo carmesí con la piel cosida por los rayos del sol teniendo el valor el trabajo y la lealtad al inca, el gobernante del pueblo, serían ellos los primeros en pisar, en vivir, en cultivar, entregarle sus sueños, respirar su aire, sentir el cantar de los pájaros en cada aurora, sentir los rayos del sol que calientan esas caras, esas manos agrietadas como la tierra seca por falta de agua, sentir la frivolidad de cada noche que era el despertar de esa masa redonda bañada en plata, sentir la garúa de cada estación, de cada invierno que alegran el corazón de un campesino que vive de sus tierras. 

Y allí estaban ellos sintiendo todo lo descrito esperando que el inca ordene acceder a esas tierras. Todos con la alegría de extremo a extremo iban los hatun runas guiados por el Inca, la realeza y la nobleza; y en agradecimiento a su dios sol por haberlos guiado días tras días a este lugar; para ellos era la tierra prometida para los hijos del sol, por ello organizaron una fiesta en su honor, donde hubo ofrendas, ceremonias, todo un festín que llegó a su fin, y ya todos estaban ubicados y distribuidos; los hatun runas, la nobleza y la realeza según el privilegio que tenían dentro de la comarca; pero algo insólito había sucedido durante la fiesta que para muchos es algo hermoso, pero poco a poco ibas dando cuenta cuán triste fue. Pues esto fue a primera a vista, esto fue el encuentro de dos polos opuestos que harían una mezcla heterogénea. 

Eran dos jóvenes, el Auqui se había enamorado de una muchacha del pueblo que no era de su nivel, pero para él era como la flor de su jardín; con el rostro pálido y liso, con los labios rojos como una manzana madura con el pelo que brilla como el fulgor del fuego con los ojos tan profundos y negros como la noche a punto de llover. Eran dos jóvenes que empezaron una relación a escondidas, los campos enverdecidos eran el escondite y testigo del profundo amor que se juraban. Pasaban días, semanas, meses y sus amoríos iban creciendo cada vez más como el fuego que se alimenta del leño para acrecentar su fulgor. Pero llegó el momento de declararle su amor al mundo entero; el valor había entrado en su venas. Se presentaron ante el inca para manifestarle este secreto; al principio no aceptó que el único Auqui descendiente de la clase alta se haya fijado en una muchacha insignificante, pero se dio cuenta que en ellos había florecido una planta llamada cariño y sin más reclamar y juzgar los aceptó. Sin recelo alguno los alejó del pueblo cediéndoles terreno al sur de esas tierras que ellos habían conquistado. Se sentían alegres porque ya tenían la bendición del Inca y tierras para formar su imperio y fue así que edificaron su hogar junto a los hombres que su padre había designado para que los sirvan. 

Ya terminado eso, empezaron a voltear la tierra de extremo a extremo para sembrar sus granos de oro que con la bendición de Mama Pacha se iban a multiplicar. Pero algo inusitado estaba a punto de pasar; los hombres de su padre habían llegado ante él. Fue cogido y llevado a un juicio, donde el Inca le dejó algunas reglas claras; dándole sólo cuatro días de arado para sembrar y no más; diciéndole que todo esto merecía por el mal proceder de sus actos, por haber desprestigiado y humillado a la familia real, por haber cortejado a una mujer indigna de su altura. El joven se preguntaba como haría para alimentar a todos sus hombres ya que con esos pequeños surcos de tierra ni para ellos era suficiente, pero algo en él estaba naciendo; el odio lo cegaba culpando de todos sus infortunios a esa muchacha que sólo en su rostro mostraba la pureza de su corazón. 

Botando fuera a todas las muchachas que acompañaban a su esposa, le agarró de la cabellera larga que la embellecía y sin dar alguna explicación la arrastró por todo el cuarto dejando grandes huellas de sangre por donde quedaba espacio sin ser ensangrentado. Desde afuera las muchachas abogaban que la suelte ya, pero ni las súplicas ni el dolor doblegaban sus pesadumbres. Fue desde entonces que la unión de esos jóvenes se convirtió en un destino pintado de sangre, dolores, lágrimas y desgracias; para la muchacha, despertar cada mañana era un regalo, una bendición, una esperanza de curar esa culpa que ni ella sabía cuál era y por el cual recibía golpes tras golpes que día a día se convertían más mortales. En un momento de tanta angustia se puso a pensar tratando de resolver las pesadumbres que atravesaba y llegó a concluir que la llegada de un nuevo ser a la familia traería de vuelta el amor que se iba apagando. Más aún en esos meses ni consideración alguna hubo. Fue un milagro que ese pequeño que en el vientre de su madre crecía no sentía los golpes que para su madre ya era el pan del día, soportando todo por ese retoñito que llevaba dentro; hasta que llegó el momento, que para el padre no era de importancia, pero para aquella mujer era como si algo en ella volvería a nacer. 

Todo sucedió en una noche de lluvia, truenos y relámpagos que anticipaban un dolor inconsolable de compasión a un ser indefenso que le dio luz de vida a una niña hermosa. ¡Pues sí! Para el fatal destino de esa mujer trajo al mundo a una niña que su padre no la reconoció ya que en esos tiempos tener el primogénito a una mujer era una desgracia. Cogió a la mujer que apenas daba su primer aliento de madre, la lanzó en medio de los charcos que la lluvia iba llenando, sin entender que él también provenía de una madre que pasó por los mismos dolores. Siguió pegándola y pegándola sin mostrar compasión alguna por ese ser que había perdido todas sus fuerzas trayendo al mundo a un ser. En medio de tanto dolor donde todos ya pensaban que estaba muerta se escuchó unas palabras que decían: “No es mi culpa haberte dejado sin tierras, mas mi culpa es no haber conocido la otra cara del amor, sólo pido ver a mi hija”, exclamó cuanto pudo esta frase, hasta que con un último golpe que recibió se apagó esa dulce voz; fue tanta su lucha que no parecía una mujer recién parida más aún era una mujer hecha de piedra, difícil de derrocar, pero con un corazón dulce fácil de conquistar. Todos trataban de recoger el cuerpo bañado de sangre. Fue tanta la maldad de este hombre que sin mostrar arrepentimiento alguno dejó que ese cuerpo tan hermoso que aún daba señales de vida yaciera en medio del agua que cada vez se fundía con el chorro de sangre que brotaba de ese cuerpo indefenso. Cerró las puertas, mandó callar el llanto de la pequeña que buscaba el calor de su madre. Algo insólito sucedió en medio de la oscuridad; alguien fue testigo de tan fatal destino, se sintió un pequeño aliento de lucha que salió de en medio de esos labios que expulsaban sangre; se levantó y en un impulso quiso entrar en busca de su hija, pero algo en ella decía: Huye, escapa…Con dolor que cualquier madre siente al abandonar a su hija tuvo que correr dejando escapar algunas frases que decían: Estas tierras serán bañadas con mi sangre, serán tan rojas y frágiles que se desprenderán tan fácilmente. 

Fue así que siguió su camino. Ya a punto de llegar a la tierra donde su amor empezó se dio cuenta que ahí nadie la había apoyado; más aún enloquecida por el temor de que la venían persiguiendo escapó y caminó por medio de una profunda callejonada, subía y subía hasta que ya no pudo más. El dolor de haber dejado a su hija la venció, se tiró a las orillas de una pequeña laguna en medio del prado; lloró y lloró, e impensadamente sus lágrimas se convirtieron negras que se iban juntando con el agua cristalina. En medio de la oscuridad se escuchó una voz de consuelo dirigiéndose a la muchacha, le dijo: Desde allá arriba he visto lo mucho que sufres, mira que has llorado mucho y ahora tus lágrimas han acrecentado esta laguna que desde ahora se llamará YANACOHA que bañarán las tierras de tu marido. Pero ella se negó y dijo: KE YACU PEPA MANAM CANGACHU, LLAPAN MURUKININ CHAQUINGA YACUPA REKUR; NUQAPA YACU MARKAPAMI EHUANQA, TSAICHOMI YACU CHINCAN NIYANAMPA, GOYU GOYURA MURUKININCUNA KANAMPA. 

Fue así que con un soplido, la muchacha se convirtió en una piedra como bañada en sangre que impedía el paso del agua a las tierras de su marido que ni al ver que ha desaparecido la buscó. Así pasaron meses, años y en un tiempo una gran sequía había llegado por esas tierras. Todos asustados imploraban a sus dioses que mande la lluvia, pasaron días y noches dando ofrendas para que recibir la bendición de la lluvia; pero nada de nada pasaba, el verde campo iba perdiendo su color y la esperanza de sentir la lluvia que limpian el sudor de esos hombres luchadores se iba acabando. Pero algo, desde allá arriba por la callejonada, desde lo más profundo empezaba a fluir; era el líquido que devolvería la vida, el color de todo aquello que iba convirtiéndose en paja. Todos estaban felices; niños, jóvenes y adultos agradecieron a sus dioses sin darse cuenta que si fuera por ellos estarían muertos. Al enterarse de todo esto el muchacho se fue en busca del agua para salvar sus sembríos. 

Pero cuando estuvo ahí admirando cuán grande era esa laguna y tratando de llevar el agua a su imperio, fácilmente se rindió porque había una piedra que impedía que el agua se encamine a sus tierras, era dura y difícil de mover. Sin más que poder hacer se presentó ante su padre para implorarle que lo deje volver y goce de los mismos privilegios; pero el Inca, al enterarse de lo cruel que había sido con su esposa lo maldijo a vivir trabajando su vida entera. 

Fue así que la vida continuó en esas tierras que desde ese entonces esa comarca se llamaría “CHINGAS” ya que toda la gente decía: “TSAYCHOMI YACU CHINCAN”. Gracias a esa palabra deriva este nombre que hoy por hoy es reconocido como “EL PARAÍSO DE LOS CONCHUCOS Y TIERRA PALEONTOLÓGICA” que es envidiado por ser el segundo productor del choclo y teniendo un patrimonio histórico digno de un orgullo y respeto chingasino.

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