I.E: “JULIO C. TELLO” – Chingas
GRADO:
CUARTO CILCLO: VII
Milenios siglos ya han pasado, tiempos donde las creencias y
costumbre eran reales. Y eso que les voy a contar no es real ni ficticio más
real es para el imaginario, más ficticio para el incrédulo. Contar podré, pero
privar tal vez no. Dejémoslo a tu criterio.
Hace mucho tiempo en la vida de
nuestros antepasados al noroeste del cuzco, el centro del Perú, reconocido por
sus riquezas y dominios, había un rinconcito, una pampita, un huequito, digo
para la familia real, los hijos del sol que pasaron mucho tiempo buscando
tierras fructíferas donde cualquier grano que desee producir se multiplicarían,
donde todo ser humano gozaría de una vida cómoda, aprendería a amar cada
fragmento terruño de estas tierras benditas. Tierras, plantas, aire, creación de
un Dios divino estaban allí al alcance de los ojos para vislumbrarse y de las
manos para palparlas y ese rico aroma que en cada amanecer se desprendían estas
tierras vírgenes que por primera vez; hombres robustas con la sangre más roja
que el rojo carmesí con la piel cosida por los rayos del sol teniendo el valor
el trabajo y la lealtad al inca, el gobernante del pueblo, serían ellos los
primeros en pisar, en vivir, en cultivar, entregarle sus sueños, respirar su
aire, sentir el cantar de los pájaros en cada aurora, sentir los rayos del sol
que calientan esas caras, esas manos agrietadas como la tierra seca por falta de
agua, sentir la frivolidad de cada noche que era el despertar de esa masa
redonda bañada en plata, sentir la garúa de cada estación, de cada invierno que
alegran el corazón de un campesino que vive de sus tierras.
Y allí estaban ellos
sintiendo todo lo descrito esperando que el inca ordene acceder a esas tierras.
Todos con la alegría de extremo a extremo iban los hatun runas guiados por el
Inca, la realeza y la nobleza; y en agradecimiento a su dios sol por haberlos
guiado días tras días a este lugar; para ellos era la tierra prometida para los
hijos del sol, por ello organizaron una fiesta en su honor, donde hubo ofrendas,
ceremonias, todo un festín que llegó a su fin, y ya todos estaban ubicados y
distribuidos; los hatun runas, la nobleza y la realeza según el privilegio que
tenían dentro de la comarca; pero algo insólito había sucedido durante la fiesta
que para muchos es algo hermoso, pero poco a poco ibas dando cuenta cuán triste
fue. Pues esto fue a primera a vista, esto fue el encuentro de dos polos
opuestos que harían una mezcla heterogénea.
Eran dos jóvenes, el Auqui se había
enamorado de una muchacha del pueblo que no era de su nivel, pero para él era
como la flor de su jardín; con el rostro pálido y liso, con los labios rojos
como una manzana madura con el pelo que brilla como el fulgor del fuego con los
ojos tan profundos y negros como la noche a punto de llover. Eran dos jóvenes
que empezaron una relación a escondidas, los campos enverdecidos eran el
escondite y testigo del profundo amor que se juraban. Pasaban días, semanas,
meses y sus amoríos iban creciendo cada vez más como el fuego que se alimenta
del leño para acrecentar su fulgor. Pero llegó el momento de declararle su amor
al mundo entero; el valor había entrado en su venas. Se presentaron ante el inca
para manifestarle este secreto; al principio no aceptó que el único Auqui
descendiente de la clase alta se haya fijado en una muchacha insignificante,
pero se dio cuenta que en ellos había florecido una planta llamada cariño y sin
más reclamar y juzgar los aceptó. Sin recelo alguno los alejó del pueblo
cediéndoles terreno al sur de esas tierras que ellos habían conquistado. Se
sentían alegres porque ya tenían la bendición del Inca y tierras para formar su
imperio y fue así que edificaron su hogar junto a los hombres que su padre había
designado para que los sirvan.
Ya terminado eso, empezaron a voltear la tierra
de extremo a extremo para sembrar sus granos de oro que con la bendición de Mama
Pacha se iban a multiplicar. Pero algo inusitado estaba a punto de pasar; los
hombres de su padre habían llegado ante él. Fue cogido y llevado a un juicio,
donde el Inca le dejó algunas reglas claras; dándole sólo cuatro días de arado
para sembrar y no más; diciéndole que todo esto merecía por el mal proceder de
sus actos, por haber desprestigiado y humillado a la familia real, por haber
cortejado a una mujer indigna de su altura. El joven se preguntaba como haría
para alimentar a todos sus hombres ya que con esos pequeños surcos de tierra ni
para ellos era suficiente, pero algo en él estaba naciendo; el odio lo cegaba
culpando de todos sus infortunios a esa muchacha que sólo en su rostro mostraba
la pureza de su corazón.
Botando fuera a todas las muchachas que acompañaban a
su esposa, le agarró de la cabellera larga que la embellecía y sin dar alguna
explicación la arrastró por todo el cuarto dejando grandes huellas de sangre por
donde quedaba espacio sin ser ensangrentado. Desde afuera las muchachas abogaban
que la suelte ya, pero ni las súplicas ni el dolor doblegaban sus pesadumbres.
Fue desde entonces que la unión de esos jóvenes se convirtió en un destino
pintado de sangre, dolores, lágrimas y desgracias; para la muchacha, despertar
cada mañana era un regalo, una bendición, una esperanza de curar esa culpa que
ni ella sabía cuál era y por el cual recibía golpes tras golpes que día a día se
convertían más mortales. En un momento de tanta angustia se puso a pensar
tratando de resolver las pesadumbres que atravesaba y llegó a concluir que la
llegada de un nuevo ser a la familia traería de vuelta el amor que se iba
apagando. Más aún en esos meses ni consideración alguna hubo. Fue un milagro que
ese pequeño que en el vientre de su madre crecía no sentía los golpes que para
su madre ya era el pan del día, soportando todo por ese retoñito que llevaba
dentro; hasta que llegó el momento, que para el padre no era de importancia,
pero para aquella mujer era como si algo en ella volvería a nacer.
Todo sucedió
en una noche de lluvia, truenos y relámpagos que anticipaban un dolor
inconsolable de compasión a un ser indefenso que le dio luz de vida a una niña
hermosa. ¡Pues sí! Para el fatal destino de esa mujer trajo al mundo a una niña
que su padre no la reconoció ya que en esos tiempos tener el primogénito a una
mujer era una desgracia. Cogió a la mujer que apenas daba su primer aliento de
madre, la lanzó en medio de los charcos que la lluvia iba llenando, sin entender
que él también provenía de una madre que pasó por los mismos dolores. Siguió
pegándola y pegándola sin mostrar compasión alguna por ese ser que había perdido
todas sus fuerzas trayendo al mundo a un ser. En medio de tanto dolor donde
todos ya pensaban que estaba muerta se escuchó unas palabras que decían: “No es
mi culpa haberte dejado sin tierras, mas mi culpa es no haber conocido la otra
cara del amor, sólo pido ver a mi hija”, exclamó cuanto pudo esta frase, hasta
que con un último golpe que recibió se apagó esa dulce voz; fue tanta su lucha
que no parecía una mujer recién parida más aún era una mujer hecha de piedra,
difícil de derrocar, pero con un corazón dulce fácil de conquistar. Todos
trataban de recoger el cuerpo bañado de sangre. Fue tanta la maldad de este
hombre que sin mostrar arrepentimiento alguno dejó que ese cuerpo tan hermoso
que aún daba señales de vida yaciera en medio del agua que cada vez se fundía
con el chorro de sangre que brotaba de ese cuerpo indefenso. Cerró las puertas,
mandó callar el llanto de la pequeña que buscaba el calor de su madre. Algo
insólito sucedió en medio de la oscuridad; alguien fue testigo de tan fatal
destino, se sintió un pequeño aliento de lucha que salió de en medio de esos
labios que expulsaban sangre; se levantó y en un impulso quiso entrar en busca
de su hija, pero algo en ella decía: Huye, escapa…Con dolor que cualquier madre
siente al abandonar a su hija tuvo que correr dejando escapar algunas frases que
decían: Estas tierras serán bañadas con mi sangre, serán tan rojas y frágiles
que se desprenderán tan fácilmente.
Fue así que siguió su camino. Ya a punto de
llegar a la tierra donde su amor empezó se dio cuenta que ahí nadie la había
apoyado; más aún enloquecida por el temor de que la venían persiguiendo escapó y
caminó por medio de una profunda callejonada, subía y subía hasta que ya no pudo
más. El dolor de haber dejado a su hija la venció, se tiró a las orillas de una
pequeña laguna en medio del prado; lloró y lloró, e impensadamente sus lágrimas
se convirtieron negras que se iban juntando con el agua cristalina. En medio de
la oscuridad se escuchó una voz de consuelo dirigiéndose a la muchacha, le dijo:
Desde allá arriba he visto lo mucho que sufres, mira que has llorado mucho y
ahora tus lágrimas han acrecentado esta laguna que desde ahora se llamará
YANACOHA que bañarán las tierras de tu marido. Pero ella se negó y dijo: KE YACU
PEPA MANAM CANGACHU, LLAPAN MURUKININ CHAQUINGA YACUPA REKUR; NUQAPA YACU
MARKAPAMI EHUANQA, TSAICHOMI YACU CHINCAN NIYANAMPA, GOYU GOYURA MURUKININCUNA
KANAMPA.
Fue así que con un soplido, la muchacha se convirtió en una piedra como
bañada en sangre que impedía el paso del agua a las tierras de su marido que ni
al ver que ha desaparecido la buscó. Así pasaron meses, años y en un tiempo una
gran sequía había llegado por esas tierras. Todos asustados imploraban a sus
dioses que mande la lluvia, pasaron días y noches dando ofrendas para que
recibir la bendición de la lluvia; pero nada de nada pasaba, el verde campo iba
perdiendo su color y la esperanza de sentir la lluvia que limpian el sudor de
esos hombres luchadores se iba acabando. Pero algo, desde allá arriba por la
callejonada, desde lo más profundo empezaba a fluir; era el líquido que
devolvería la vida, el color de todo aquello que iba convirtiéndose en paja.
Todos estaban felices; niños, jóvenes y adultos agradecieron a sus dioses sin
darse cuenta que si fuera por ellos estarían muertos. Al enterarse de todo esto
el muchacho se fue en busca del agua para salvar sus sembríos.
Pero cuando
estuvo ahí admirando cuán grande era esa laguna y tratando de llevar el agua a
su imperio, fácilmente se rindió porque había una piedra que impedía que el agua
se encamine a sus tierras, era dura y difícil de mover. Sin más que poder hacer
se presentó ante su padre para implorarle que lo deje volver y goce de los
mismos privilegios; pero el Inca, al enterarse de lo cruel que había sido con su
esposa lo maldijo a vivir trabajando su vida entera.
Fue así que la vida
continuó en esas tierras que desde ese entonces esa comarca se llamaría
“CHINGAS” ya que toda la gente decía: “TSAYCHOMI YACU CHINCAN”. Gracias a esa
palabra deriva este nombre que hoy por hoy es reconocido como “EL PARAÍSO DE LOS
CONCHUCOS Y TIERRA PALEONTOLÓGICA” que es envidiado por ser el segundo productor
del choclo y teniendo un patrimonio histórico digno de un orgullo y respeto
chingasino.
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